domingo, 16 de noviembre de 2014

Búnker (relato)

Dicen que el mundo se fue a la mierda. La humanidad fue una inútil y lo mandó todo al traste. Todos fueron aniquilados. Un cataclismo natural, una guerra, una epidemia. Todo ello ocurrió como consecuencia de lo anterior y sin importar el orden. O al menos eso es lo que recuerdan. Los que recuerdan...

Dicen que han pasado 100 años desde entonces, puede que 200. Que más dará.
El mundo se ha recuperado de sus heridas. Las ciudades no son más que un montón de ruinas ocultas bajo la vegetación. Los animales corren libremente por todas partes recordándonos que somos nosotros los que están en peligro de extinción.
Dicen que: “El paraíso bíblico que nunca debió mancillarse se alza de nuevo sobre las cenizas de la humanidad”.
Menuda mierda de frase.

Tengo pocos recuerdos del despertar. De antes aún menos...
Recuerdo escuchar una especie de pitido. Ver un piloto rojo y una luz cegadora. Inhalar aire y toser. Toser mucho.
Me costó mucho acostumbrarme a la luz.
Recuerdo intentar andar y caerme. Y la luz se apagó.

Me desperté y no estaba solo. Había más. Más como yo. Eramos 24 entre niñas y niños. Unos pocos más mayores que yo. Los demás más pequeños.
Todos estábamos confundidos. No entendíamos nada. No nos conocíamos. No sabíamos nada.
Algunos sabían sus nombres y tenían recuerdos. Otros no teníamos ni eso.
Lo único que todos recordamos era despertar en una especie de cápsula y dirigirnos hacia la luz que entraba por la puerta.
Recuerdo que muchos nos mirábamos con extrañeza, mezcla de curiosidad y temor. Unos pocos empezaron a hablar. Preguntaban nombres y edades. Hacían recuento. Ponían en común los recuerdos que tenían.
Otros lloraban y algunos los reconfortaban.
Yo callaba y observaba.

De eso hace más de 36 días. Ya estamos unidos. Nos conocemos. Muchos han compartido historias, risas y lágrimas. Yo no.
Los que recordaban su nombre son así llamados. Los que no lo recordábamos elegimos uno. En mi caso me lo eligieron entre todos. Dicen que soy muy callado y reservado. Que me cuesta abrirme y que parece que me escondo detrás de un muro.
Búnker.
Así me llaman desde entonces.
Me parece bien. De ahí es de donde salimos todos. Del búnker.
Decido que me gusta.

Nos hemos organizado. Unos recolectan fruta como los mangos y eso. Otros traen agua del río cercano. Los demás hacen tareas domésticas y unos pocos exploramos el terreno. Yo exploro, así puedo estar solo.

Me gusta ir a las Ruinas. Me gusta pensar como eran antes. Me hace pensar.
Muchos recuerdan a sus familias. Recuerdan sus vidas anteriores. Algunos incluso recuerdan como sus padres les prometieron hacer todo lo posible pasa salvarlos del Fin.
Yo no recuerdo nada. Vacío.

Cada vez que lo intento me invade la soledad. Una soledad muy honda y profunda.
Angustia al sentirme vacío.
Odio sentirme así pero siempre vuelvo para sentirlo.
Es como si mis recuerdos fueran estos sentimientos por no tener recuerdos.

Vuelvo al búnker. Mi hogar.

Escucho risas. Las risas de mis compañeros. Las risas de los míos. Ahora son mi familia.
No conozco a otra. Debería abrir la puerta del Búnker y dejarlos entrar. Tengo miedo de lo que pueda salir si abro la puerta. Aún es pronto.

Escucho más risas. No estoy solo. Nadie debería nunca sentirse solo. Nadie debería estar solo.

Todos están en el río jugando. Me uno a ellos. Reímos y salpicamos. Jugamos.

Somos niños en un nuevo mundo. Un nuevo futuro se abre ante mi y mis compañeros. Tengo que soltarme y dejarme llevar.

El río fluye a nuestro alrededor.

Todo fluye.


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