viernes, 1 de agosto de 2014

Agua y sal

Allí estaba ella. Sola. Contemplando el mar.
Las olas bailaban con el viento produciendo una espuma blanca que flotaba en el aire, llevando hasta ella el olor del Mediterráneo.
Agua y sal.
Pero aunque sus ojos miraban el paisaje ella veía otra cosa. Recuerdos.
Recuerdos de momentos felices. Recuerdos de momentos tristes. Recuerdos de momentos compartidos con personas.
Personas que fueron importantes en su vida. Personas que no están. Algunas porque la vida siguió caminos diferentes. Otras porque se enfrió la relación. Y unas pocas porque se les apagó la vida.
En su vida se había cruzado con mucha gente. Pero algunas, unas pocas, se habían ganado un lugar en su corazón. 
Y son estas últimas las que al marcharse dejan una herida.
Una herida en el alma. Una herida difícil de curar. Una herida que hay que lavar y tratar bien.
Agua y sal.
Sólo así dejarán cicatriz. Una cicatriz que seguirá doliendo. 
Marcando el lugar donde el cariño, el amor, la amistad y todos los vínculos se rompieron.
Y mientras recordaba las grandes ausencias, sus ojos vertían lágrimas. 
Pues las despedidas son tristes pero los recuerdos de las personas que no están cerca son amargos.
Tan amargos que se le hizo un nudo en la garganta. Un nudo que le impedía gritar al mar la pena que no podía tragar.
Hasta que las lágrimas llegaron a sus labios reconfortandola con su sabor.
Agua y sal.


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