domingo, 23 de noviembre de 2014

Campo de entrenamiento los 80's (artículo)


Cada generación tiene algo que la distingue del resto. Cada persona que ha vivido en un período de tiempo concreto esta preparada para afrontar los desafíos que se le plantean en un futuro no muy lejano.
A nosotros se nos preparó para sobrevivir al fin del mundo.

Todo aquel que haya vivido en los 80 (y principios de los 90) sabe a lo que me refiero. Sabe que somos una generación de supervivientes natos capaces de perpetuar la especie. Aptos para sobrevivir a las calamidades que se presenten.

Hemos sido entrenados en los 80's.

Nuestra generación fue entrenada para alimentarse de cualquier cosa con cualquier sabor y disfrutarlo como si fuera todo un acontecimiento social. Si no me creéis como se pueden explicar las miles y miles de chucherías raras y extrañas a las que fueron sometidos nuestros paladares.
Había picapicas que cada vez picaban más y más, hasta el punto que parecía que te saldría el fuego de pecho de Mazinger Z.
O dulces con sabores tan raros que la cara se te ponía como a Sloth , el feo de los Goonies.
Y no me hagáis hablar de los helados de pitufo. De que cojones los hacian?! Como son capaces de crear un helado azul con un sabor tan, tan, tan...indeterminado. Y casi mejor no quiero saberlo. Pobres pitufos.

Otra parte importante fue el entrenamiento sensorial y mental. Como se pusieron a prueba nuestras mentes juveniles e infantiles y nuestros sentidos frente a horas y horas de televisión. Me estoy refiriendo concretamente a los dibujos animados.
Aquellos dibujos que hablaban con un acento raro que no era de ningún lugar de este país(aún). Con tíos musculados que invocaban el poder de playscool o algo así. Que tenían unos efectos especiales capaces de provocarnos crisis epilépticas o de hacer que nos picaran los ojos por dentro.
Luego llegaron los dibujos japoneses.
Cuantos de nosotros nos hemos roto los huesos intentando hacer un chilena en el parque de adoquines de al lado de casa. O hemos realizado un Kame kame ha (onda vital allende las terres del drac) y un meteoro de pegaso para masacrar a nuestros amigos y allegados.
Cuantos compañeros he visto morir intentando hacer una Catapulta Infernal. Cientos y cientos. Ahora entiendo el nombre de la catapulta.

Pero el entrenamiento no estaría completo sin un lugar adecuado para perfeccionarlo y purgar a los especímenes más débiles. Un lugar con obstáculos mortales destinado a crear espartanos de nueva generación.
Un parque.
Porque así eran los parques. Verdaderas pistas americanas de la muerte donde uno tenia que sortear jeringuillas, deposiciones caninas (mierdas de perro para aquellos que habéis hecho la ESO) o subir a los alto de castillos de metal oxidado donde cualquier corte, herida o pinchazo era curado por uno mismo administrándose una buena dosis de saliva en la zona afectada. No hay cura mejor. Que los mismo servia para curarte que para limpiarte los churretes de mierda de tanto jugar y jugar.

Eso si. Teníamos todo el equipo que necesitábamos para tal actividad física. Pantalones cortos. Tan cortos que ahora nos parecen “ridículots”.
O cuando el frío arreciaba, chándals de Tactel. Que uno se pensaba que llevaba un uniforme de cazafantasma, (y mira que cuando meábamos casi nunca cruzábamos los rayos) jóvenes ilusos . Los chándals más horrendos que el ser humano ha podido y podrá confeccionar nunca.
Estas ropas estaban creadas especialmente para que sus portadores no pudieran perderse, funcionando incluso de noche, como los putos gusiluz.
Otro de sus cometidos era asustar a las bestias que se acercaran y por eso eran feos de cojones. No hay león (o thundercat) que no se sienta confundido ante tal visión monstruosa. Por no hablar de los complementos como la gorra visera o la riñonera. Joder, que parecía que íbamos disfrazados de Doraemon (está claro que Doraemon es un yonki ochentero).

Todo esto y más (que me dejo para otro artículo) nos convierte en los más preparados para sobrevivir a los zombis, las pandemias, los asteroides, las crisis, la corrupción y los días sin iva.

Si no has vivido en esta generación no te lo pienses, regresa del futuro y vívela.

Sobrevivirás.

Habrás sido entrenado en los 80's.











domingo, 16 de noviembre de 2014

Búnker (relato)

Dicen que el mundo se fue a la mierda. La humanidad fue una inútil y lo mandó todo al traste. Todos fueron aniquilados. Un cataclismo natural, una guerra, una epidemia. Todo ello ocurrió como consecuencia de lo anterior y sin importar el orden. O al menos eso es lo que recuerdan. Los que recuerdan...

Dicen que han pasado 100 años desde entonces, puede que 200. Que más dará.
El mundo se ha recuperado de sus heridas. Las ciudades no son más que un montón de ruinas ocultas bajo la vegetación. Los animales corren libremente por todas partes recordándonos que somos nosotros los que están en peligro de extinción.
Dicen que: “El paraíso bíblico que nunca debió mancillarse se alza de nuevo sobre las cenizas de la humanidad”.
Menuda mierda de frase.

Tengo pocos recuerdos del despertar. De antes aún menos...
Recuerdo escuchar una especie de pitido. Ver un piloto rojo y una luz cegadora. Inhalar aire y toser. Toser mucho.
Me costó mucho acostumbrarme a la luz.
Recuerdo intentar andar y caerme. Y la luz se apagó.

Me desperté y no estaba solo. Había más. Más como yo. Eramos 24 entre niñas y niños. Unos pocos más mayores que yo. Los demás más pequeños.
Todos estábamos confundidos. No entendíamos nada. No nos conocíamos. No sabíamos nada.
Algunos sabían sus nombres y tenían recuerdos. Otros no teníamos ni eso.
Lo único que todos recordamos era despertar en una especie de cápsula y dirigirnos hacia la luz que entraba por la puerta.
Recuerdo que muchos nos mirábamos con extrañeza, mezcla de curiosidad y temor. Unos pocos empezaron a hablar. Preguntaban nombres y edades. Hacían recuento. Ponían en común los recuerdos que tenían.
Otros lloraban y algunos los reconfortaban.
Yo callaba y observaba.

De eso hace más de 36 días. Ya estamos unidos. Nos conocemos. Muchos han compartido historias, risas y lágrimas. Yo no.
Los que recordaban su nombre son así llamados. Los que no lo recordábamos elegimos uno. En mi caso me lo eligieron entre todos. Dicen que soy muy callado y reservado. Que me cuesta abrirme y que parece que me escondo detrás de un muro.
Búnker.
Así me llaman desde entonces.
Me parece bien. De ahí es de donde salimos todos. Del búnker.
Decido que me gusta.

Nos hemos organizado. Unos recolectan fruta como los mangos y eso. Otros traen agua del río cercano. Los demás hacen tareas domésticas y unos pocos exploramos el terreno. Yo exploro, así puedo estar solo.

Me gusta ir a las Ruinas. Me gusta pensar como eran antes. Me hace pensar.
Muchos recuerdan a sus familias. Recuerdan sus vidas anteriores. Algunos incluso recuerdan como sus padres les prometieron hacer todo lo posible pasa salvarlos del Fin.
Yo no recuerdo nada. Vacío.

Cada vez que lo intento me invade la soledad. Una soledad muy honda y profunda.
Angustia al sentirme vacío.
Odio sentirme así pero siempre vuelvo para sentirlo.
Es como si mis recuerdos fueran estos sentimientos por no tener recuerdos.

Vuelvo al búnker. Mi hogar.

Escucho risas. Las risas de mis compañeros. Las risas de los míos. Ahora son mi familia.
No conozco a otra. Debería abrir la puerta del Búnker y dejarlos entrar. Tengo miedo de lo que pueda salir si abro la puerta. Aún es pronto.

Escucho más risas. No estoy solo. Nadie debería nunca sentirse solo. Nadie debería estar solo.

Todos están en el río jugando. Me uno a ellos. Reímos y salpicamos. Jugamos.

Somos niños en un nuevo mundo. Un nuevo futuro se abre ante mi y mis compañeros. Tengo que soltarme y dejarme llevar.

El río fluye a nuestro alrededor.

Todo fluye.


sábado, 15 de noviembre de 2014

6 Balas (relato)

El miedo casi no deja que entre oxígeno en mis pulmones, el corazón parece dispuesto a salírseme del pecho. Aprieto la mano y mi hijo reacciona mirándome con temor.
No, no debo dejar que note que estoy aterrorizado. Estamos juntos. Eso es lo importante. Estamos juntos y estamos vivos, no como esas cosas.

Nadie sabe cómo empezó. Al menos yo no lo sé. Solo sé que los muertos caminan entre nosotros. Y que se comen a los vivos. También sé que los que son mordidos por los muertos acaban convirtiéndose en la misma puta cosa.

Todo esto empezó hace tres malditos días y ya no queda casi nadie vivo en la ciudad. Solo están los muertos.
Una ciudad de muertos y yo con mi hijo en medio. Tengo que conseguir salvarlo como sea. Como sea.

Y aquí estamos. Escondidos en la tercera planta de un edificio de apartamentos, sentado contra una pared, con mi hijo en una mano y un revolver que le cogí a un policía en la otra.
El revólver solo tiene 6 balas. Mi hijo solo tiene 6 años.

Y en mi cabeza no para de repetirse una frase de la biblia: “Y al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Nunca se me ha dado bien rezar. No empezaré ahora.

Mierda. Parece que se escuchan ruidos cerca de la puerta.
Le digo a mi hijo que se quede donde está y que no haga ningún ruido.
Me acerco a echar un vistazo por la mirilla. No veo nada. Todo parece en silencio.

De repente se escuchan pasos, pasos que corren por este piso. Y con los pasos alguien jadeando y gritos.
Es alguien vivo.
Cuando me quiero dar cuenta mi hijo está a mi lado pegado a la puerta escuchando.

La persona se acerca hacia nosotros. Parece que huye. Y solo puede huir de los muertos.
No puedo dejar de mirar el pasillo por el agujerito. La persona está muy cerca y no deja de intentar abrir las puertas de todo este piso.
No puedo abrirle. Es demasiado arriesgado. Atraería a los muertos.
El pomo de la puerta se mueve. Está intentando entrar. Me aparto de la puerta dando un gran paso atrás mientras agarro a mi hijo de la mano.
Mi hijo asustado me dice papá en voz alta.
El pomo deja de girar. Silencio.

Alguien grita desde el otro lado de la puerta. Dice que le dejemos entrar. Parece la voz de una mujer. Está viva. Es extraño escuchar una voz de mujer. Y solo han pasado 3 días.
Al ver que no le contestamos intenta abrir la puerta otra vez. Incluso implora y llora.
Le digo a mi hijo mediante gestos que no haga ni caso y que esté en silencio.
Mi hijo llora. Yo me trago las lágrimas.

Al momento la mujer se marcha, o al menos deja de intentar abrir la puerta.
Nos apartamos de la puerta y nos dirigimos a nuestra pared.

La puerta se abre de golpe y una mujer cae al suelo del apartamento. La muy cabrona se ha tirado contra la puerta para entrar. Ha reventado la puerta.

Mi hijo grita del susto. Yo la apunto con la pistola. Ella se levanta y nos mira con una mezcla de desesperación y esperanza. Que mezcla más rara.
Se da cuenta que la estoy apuntando con un arma y se asusta. Pero parece menos asustada aquí que allá fuera.
Empieza a parlotear y a dar gracias a dios por encontrar a alguien vivo. Le digo que se esté quieta donde está.
No me hace caso. Se acerca y sigue parloteando. Parece ser que tenía hijos.
Le acerco el arma y le repito que se esté quieta. Ahora sí que me escucha.
Le digo que solo le voy a hacer una pregunta y que tiene que ser lo más sincera posible. Le digo que si me ha entendido y ella asiente.
Le pregunto que si le han mordido.
Se queda paralizada.
Intenta esconderse la mano izquierda bajo la manga.
Le vuelo la cabeza.
5 balas.

Salgo con mi hijo cogido del brazo al pasillo y veo varias sombras desgarbadas que suben por las escaleras. Mierda, mierda, mierda. La pobre mujer traía compañía.

Salimos corriendo. Solo podemos subir. No hay luz. Los ascensores no funcionan.
Antes de llegar a las escaleras que suben miro para atrás. Los muertos nos siguen.

Subimos uno, dos, tres pisos. Puede que alguno más. No puedo correr más con mi hijo a cuestas.
Busco por el pasillo alguna puerta que se pueda abrir para meternos dentro. Me acuerdo de la mujer de antes intentado hacer lo mismo.
Mi hijo no para de mirar para atrás en dirección a las escaleras.
No ha visto a los muertos pero sabe que están ahí.

Encuentro una puerta abierta y nos colamos dentro.
Intento cerrar la puerta pero está rota. Joder.
Muevo una cómoda para bloquear la puerta. Solo llega hasta medio cuerpo pero puedo poner más cosas mientras los muertos suben.

Miro a mi hijo y solo puedo ver su silueta recortada contra una ventana. Entra mucha luz desde la calle.
Mientras busco algo más que poner en la puerta veo como otra silueta se alza detrás de mi hijo.
No me jodas.
Me acerco a toda prisa y disparo a la silueta más alta.
4 balas
Le doy en el pecho. En el corazón, o eso creo.
La figura cae contra la ventana rompiendo los cristales y sacando medio cuerpo por ella.
Mi hijo aterrorizado corre hacia mí y se agarra a mis piernas.
La anciana, pues ahora la veo mejor, se levanta.
Le falta media cara. Algo se la ha comido.
Tiene un tiro en el pecho, media cara y cristales de gran tamaño clavados en la espalda sobresaliendo por el abdomen.
“Y al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Me viene un recuerdo de mi madre, la abuela de mi hijo. Espero que haya muerto del todo y no tenga que levantarse como esta cosa.
La anciana muerta levanta sus huesudos brazos hacia nosotros. Le pego otro tiro.
3 balas
Vuelve a estar a punto de caer por la ventana. Le pego una patada en el pecho para ayudarla.
Sale despedida hacia el vacío. Me asomo para ver como se estrella contra el pavimento.
Es una gran caída. Unos 6 pisos.
Los muertos de la calle se acercan al cuerpo de la anciana.
Se mueve. La muy hija de puta aún se mueve. Tiene todos los huesos rotos y todavía se arrastra.
La cabeza, no se ha chafado la cabeza. En las películas siempre hay que reventarles la cabeza.

De repente la puerta se mueve. Están intentando abrirla. Ya han llegado. La vieja me ha entretenido demasiado.
Mi hijo pega la espalda a la ventana rota. Yo le agarro fuerte la mano.
Los muertos siguen intentando abrir la puerta. La cómoda empieza a moverse con los empujones.
Unas manos muertas entran y buscan vorazmente algo que agarrar. Muchas más manos aparecen por la abertura.
Miro a mí alrededor buscando una salida o algo grande que pueda bloquear la puerta.
La única salida es una caída de 20 metros a la calle y el mueble del salón es demasiado pesado para moverlo yo solo.

Es demasiado tarde. La puerta se está abriendo. Uno de los muertos ya ha entrado. Intento darle en la cabeza y fallo.
2 balas
Apunto bien y le salto la tapa de los sesos.
1 bala
Cae y deja de moverse. Parece que ahora está muerto del todo. Ya sé cómo se acaba con ellos.
Están a punto de entrar. No tengo balas suficientes para todos.
Joder, joder, joder!!!
La puerta se está abriendo más y más.
Mi hijo esta temblando de miedo. Tengo que conseguir salvarlo como sea. Como sea.
La cómoda cada vez está más separada de la puerta. Los muertos se molestan por entrar pero no tardaran en hacerlo.
Mi hijo me mira llorando buscando que lo salve.
Tengo que salvarlo como sea. Como sea.
Yo lo miro mientras las lágrimas no paran de caer por mi cara.
Le digo que todo saldrá bien y que no tenga miedo.
Me agacho y lo abrazo fuerte.
0 balas
Mi hijo deja caer sus brazos sin vida. Ya no podrán convertirlo en un monstruo.

La cómoda ha sido barrida a empujones. Los muertos entran en tropel al apartamento.
Me levanto y abro los brazos para que vengan a por mí y dejen el cuerpo de mi difunto hijo.
Todas las abominaciones se lanzan a por mí. Noto como me desgarran la carne hasta el hueso. Noto como su maldición me infecta el cuerpo.
Pero todo me da igual porque no hay dolor más grande que el que siento en mi alma.
Al menos no ha sufrido. Yo sufriré por él. He podido salvarlo de la condena de ser un monstruo.
La presión de tantos cuerpos hace que la pared debajo de la ventana ceda.
Caemos al vacío. Solo espero romperme la puta cabeza y reunirme con mi hijo.

“Y al tercer día resucitó de entre los muertos”.