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domingo, 15 de febrero de 2015

Te amo (relato)

Te amo más de lo que una persona puede amar a alguien. Te amo más de lo que es posiblemente confesable. Te amo con tanta intensidad que me duele el corazón. Te amo como nunca pensé que amaría a alguien. Te amo.

Y por eso no puedo explicar el dolor. La intensa agonía que siento al haberte perdido. La desdicha, la pena y la tristeza tan onda que anidan en mi alma.

Te escribo estas letras con la esperanza que puedas leerlas y entiendas; me entiendas.

Desde que no estás conmigo todo es gris. Todo carece de sentido. No hay luz en el mundo, se apagó la música. Todo sabe amargo.

Aún recuerdo los momentos vividos junto a ti. El fresco sonido de tu risa. El misterioso brillo de tus ojos. El dulce olor de tu piel. La maravillosa danza que bailaban el viento y tu cabello juntos. Y el sabor de tus besos. Esos besos que hacían que nuestras almas se tocarán. Besos que hacían desaparecer el mundo a nuestro alrededor. Los echo de menos.

Echo de menos tu presencia a mi lado. Escuchar tu voz. Sentir el calor de tu cuerpo y el mio unidos.
Te echo de menos.

Aún no puedo creer que un azar del destino nos separara. Que Dios, si es que existe, sea tan cruel de hacer que dos personas se encuentren en la vida para luego separarlas de esta manera.

Me niego. Reniego de toda concepción moral y ética.

Puede que sea la angustia la que habla. Que mi mente se haya quebrado bajo el intenso dolor de tu marcha. No importa.

Ya no importa.

Solo quiero que entiendas los motivos por los que he hecho lo que hago.

Mi único deseo es que vuelvas a estar a mi lado. Y no me importa cargar mi alma de pecados. Aguantaré el castigo divino. El precio habrá valido la pena si con ello consigo besarte una vez más.

Así que decidí hacer algo. Tenía que llenar el vacío de mi alma.

Al principio te busqué en otras mujeres pero ninguna era como tú. Todas ellas imperfectas. Todas ellas sosas, faltas de tu elegancia natural. De tu gracia innata.

Ninguna era lo bastante buena para compararse contigo. Eso complicaba aún más la tarea.

Una noche, mientras contemplaba tus fotos en soledad, fue cuando me vino la idea a la cabeza. Si ninguna mujer es lo suficientemente buena...si ninguna tiene todas tus virtudes... Eso solo me dejaba una opción. Cogería lo mejor de cada una para hacerte de nuevo.

Y así es como empezó todo.

Recuerdo que la primera vez estaba tan nervioso que lloré más que ella. Tenía más miedo que ella. Incluso vomité delante suyo mientras sus ojos cargados de terror me imploraban que la soltara.
Pero el ser humano se acostumbra a todo. A todo.

Dicen que la sangre derramada nunca puede limpiarse de las manos. Es cierto.
Todas ellas acuden a mí en la vigilia. Sus rostros asustados. Sus sollozos. Sus gritos amortiguados por la mordaza.

Lo odio. No lo disfruto. Trato de explicarles que no me gusta hacerlo. Que para ellas todo acabara pronto pero que para mí la pesadilla durará.
Les explico que sus vidas serán para que un ser único como tú vuelva a estar conmigo.
Les pregunto qué no harían ellas por su ser mas querido. ¿Acaso no sacrificarían la vida de cientos si no miles de vidas por la persona amada?

No me contestan. Nunca lo hacen. La mordaza no las deja hablar.

Pero no importa. Ya falta poco para que estés completa.

Ha sido un largo camino. No es fácil encontrar unos cabellos como los tuyos. Unos ojos, unas manos, unos dientes.

Unas cuantas cosas más y todo habrá acabado.

Por fin podré borrar de mi mente sus lágrimas, sus miradas de terror, el olor de sus cuerpos al orinarse encima.

No quiero volverlas a ver. No quiero volver a tocar a una mujer que no seas tú. Solo te quiero a ti.

Te amo tanto como para condenar mi alma. Te amo tanto como para traspasar el velo. Te amo tanto.

Te amo.


martes, 3 de febrero de 2015

Valquiria (relato)

Las olas rompen contra el acantilado con el estruendo de mil cuernos de batalla a mis espaldas.
El cielo retumba con el ruido de los truenos sobre mi cabeza.

Thor esta luchando contra los Jotün. Esos gigantes de hielo caerán bajo el legendario martillo Mjölnir.
Mientras en Midgard libramos otra batalla.

Mi respiración es agitada. Mi aliento se congela en el aire.
Mi barba esta manchada con la sangre de mis enemigos.
Me arde el brazo de luchar. He matado a siete cobardes que no merecen llamarse guerreros.

Dos más vienen hacia mi. Aferro fuertemente mi espada con mi mano diestra, mientras con la siniestra tapono la herida de mi abdomen.

Mucha sangre mana de ella. No podré contenerla. Mi vida se vierte como el vino estival. Mi boca sabe a metal.

Sonrío con mis dientes manchados de rojo. Abro los brazos y espero a que vengan a por mi.

Veo el brillo del cazador en sus ojos. Son como lobos que se abalanzan sobre un oso herido e indefenso.

Me muevo con lentitud mientras intentan rodearme. Tropiezo. Me llevo la mano dolorosamente a la barriga.
Uno de ellos se lanza sobre mi. Aprovecho su confianza. Lo agarro por el cuello y traspaso su garganta con mi espada.
Sus ojos revelan su sorpresa mientras su vida se vierte sobre la hierba verde.

El otro se pone en guardia. No me servirá el mismo truco dos veces. Lo malo es que realmente me están abandonando las fuerzas.
Intercambiamos golpes. No es muy diestro pero su malla desvía mi espada. Se me acaba el tiempo.
Mientras nuestros aceros se cruzan le doy un cabezazo en la cara. Sangra por la nariz. Le doy otro y suena como una nuez al partirse. Hinco una rodilla en el suelo fatigado.
Grita enfadado y levanta el brazo en alto para asestarme el golpe final.
Miro alrededor por un instante y veo dos cuervos mirándome. Hugin y Munin. Los dioses me están mirando.

Grito.
Odiiiiiiiiiin !!!

Y le clavo la espada en la axila. La armadura es más débil aquí. La hundo con mis dos manos mientras caigo sobre él hasta que deja de moverse. Me levanto a duras penas y de un tirón saco la espada cubierta de sangre.

Odiiiiiiiin !!! Grito a pleno pulmón.

Mi cuerpo se queda flojo. Me desplomo de espaldas contra la hierba y mi sangre la tiñe de rojo.

El cielo plomizo será mi sudario.

Mi espada. La he perdido al caer. Necesito mi espada.
Sin ella no podré entrar en el Valhalla. No podré convertirme en uno de los einherjar. Uno de los guerreros de Odín para la batalla final. El Ragnarök.

Está junto a mí. A poca distancia de mi mano. Mis dedos no responden.

Me esfuerzo al máximo. Toso violentamente y escupo sangre. Me duele terriblemente la herida. Noto un frío intenso en mi pecho. La muerte me reclama.

Algo me deslumbra. Una luz traspasa las oscuras nubes del cielo. Es una luz cálida. Mitiga el frío que siento.

Una silueta se recorta contra el resplandor. La figura esta descendiendo sobre mi.

Una mujer. La mujer más bella que hayan contemplado nunca los ojos de un hombre. Tan sensual y fiera que me corta el poco aliento que me queda.
Una visión gloriosa de pelo oscuro como noche cerrada. Ojos duros como el hielo invernal pero que miran con la ternura de un amante al despertar. El cuerpo fibroso de una guerrera que ha librado mil batallas lanza en ristre. A su espalda dos grandes alas de cuervo recuerdan que acude cuando la muerte está presente.

Una valquiria.

Moriría cien veces con tal de poder contemplarla en todas ellas.

Brotan lágrimas de mis ojos. Me gustaría decirle que se fuera. No he caído como un guerrero. No he podido alcanzar mi espada. Pero ya ni siquiera puedo hablar.

Ella se gira y se marcha de mi lado. Parece poder leer mi mirada.
Sale de mi vista. Voy a morir solo. Sin poder ver a mis ancestros. Condenado a  vagar por los mundos inferiores.

Un grito de rabia muere en mi garganta junto conmigo. La vida se me acaba. Las tinieblas engullen mi visión. Solo puedo ver un punto de luz desde donde descendió la Valquiria.

Al menos mereció la pena por verla.

Noto algo en mi mano. Algo que expulsa las tinieblas de mi vista. El rostro de ella esta muy próximo al mio. Tanto como para besarla.

Me mira directamente a los ojos y siento como si flotara. No quiero apartar la mirada de ellos. Podría mirarla eternamente.

Entonces me doy cuenta que el cielo desciende hacia nosotros.
No, nosotros ascendemos a él.

Miro hacia el suelo y veo mi cuerpo. Mi cuerpo inerte. Mi cuerpo muerto que sujeta mi espada.

Ella me la puso en la mano para que pudiera ascender.

Subimos a una velocidad vertiginosa.

No siento frío. Solo una sensación cálida en mi pecho. En sus brazos me siento descansado y lleno de vigor. Con ella siento que todo lo demás no tiene sentido sin este final. Ella es el descanso del guerrero. Ella es lo que llevaba toda la vida buscando.

Una luz dorada nos envuelve a ambos. Puedo ver a sus espaldas el Vingólf. La residencia de los guerreros caídos. Estamos en Valhalla.

Mucho me espera en adelante. Promesas de gloria, batallas y camaradería. Hidromiel y canciones hasta el fin de las cosas.

No me importa nada de eso.

Solo quiero estar con ella.

Nada más.


sábado, 15 de noviembre de 2014

6 Balas (relato)

El miedo casi no deja que entre oxígeno en mis pulmones, el corazón parece dispuesto a salírseme del pecho. Aprieto la mano y mi hijo reacciona mirándome con temor.
No, no debo dejar que note que estoy aterrorizado. Estamos juntos. Eso es lo importante. Estamos juntos y estamos vivos, no como esas cosas.

Nadie sabe cómo empezó. Al menos yo no lo sé. Solo sé que los muertos caminan entre nosotros. Y que se comen a los vivos. También sé que los que son mordidos por los muertos acaban convirtiéndose en la misma puta cosa.

Todo esto empezó hace tres malditos días y ya no queda casi nadie vivo en la ciudad. Solo están los muertos.
Una ciudad de muertos y yo con mi hijo en medio. Tengo que conseguir salvarlo como sea. Como sea.

Y aquí estamos. Escondidos en la tercera planta de un edificio de apartamentos, sentado contra una pared, con mi hijo en una mano y un revolver que le cogí a un policía en la otra.
El revólver solo tiene 6 balas. Mi hijo solo tiene 6 años.

Y en mi cabeza no para de repetirse una frase de la biblia: “Y al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Nunca se me ha dado bien rezar. No empezaré ahora.

Mierda. Parece que se escuchan ruidos cerca de la puerta.
Le digo a mi hijo que se quede donde está y que no haga ningún ruido.
Me acerco a echar un vistazo por la mirilla. No veo nada. Todo parece en silencio.

De repente se escuchan pasos, pasos que corren por este piso. Y con los pasos alguien jadeando y gritos.
Es alguien vivo.
Cuando me quiero dar cuenta mi hijo está a mi lado pegado a la puerta escuchando.

La persona se acerca hacia nosotros. Parece que huye. Y solo puede huir de los muertos.
No puedo dejar de mirar el pasillo por el agujerito. La persona está muy cerca y no deja de intentar abrir las puertas de todo este piso.
No puedo abrirle. Es demasiado arriesgado. Atraería a los muertos.
El pomo de la puerta se mueve. Está intentando entrar. Me aparto de la puerta dando un gran paso atrás mientras agarro a mi hijo de la mano.
Mi hijo asustado me dice papá en voz alta.
El pomo deja de girar. Silencio.

Alguien grita desde el otro lado de la puerta. Dice que le dejemos entrar. Parece la voz de una mujer. Está viva. Es extraño escuchar una voz de mujer. Y solo han pasado 3 días.
Al ver que no le contestamos intenta abrir la puerta otra vez. Incluso implora y llora.
Le digo a mi hijo mediante gestos que no haga ni caso y que esté en silencio.
Mi hijo llora. Yo me trago las lágrimas.

Al momento la mujer se marcha, o al menos deja de intentar abrir la puerta.
Nos apartamos de la puerta y nos dirigimos a nuestra pared.

La puerta se abre de golpe y una mujer cae al suelo del apartamento. La muy cabrona se ha tirado contra la puerta para entrar. Ha reventado la puerta.

Mi hijo grita del susto. Yo la apunto con la pistola. Ella se levanta y nos mira con una mezcla de desesperación y esperanza. Que mezcla más rara.
Se da cuenta que la estoy apuntando con un arma y se asusta. Pero parece menos asustada aquí que allá fuera.
Empieza a parlotear y a dar gracias a dios por encontrar a alguien vivo. Le digo que se esté quieta donde está.
No me hace caso. Se acerca y sigue parloteando. Parece ser que tenía hijos.
Le acerco el arma y le repito que se esté quieta. Ahora sí que me escucha.
Le digo que solo le voy a hacer una pregunta y que tiene que ser lo más sincera posible. Le digo que si me ha entendido y ella asiente.
Le pregunto que si le han mordido.
Se queda paralizada.
Intenta esconderse la mano izquierda bajo la manga.
Le vuelo la cabeza.
5 balas.

Salgo con mi hijo cogido del brazo al pasillo y veo varias sombras desgarbadas que suben por las escaleras. Mierda, mierda, mierda. La pobre mujer traía compañía.

Salimos corriendo. Solo podemos subir. No hay luz. Los ascensores no funcionan.
Antes de llegar a las escaleras que suben miro para atrás. Los muertos nos siguen.

Subimos uno, dos, tres pisos. Puede que alguno más. No puedo correr más con mi hijo a cuestas.
Busco por el pasillo alguna puerta que se pueda abrir para meternos dentro. Me acuerdo de la mujer de antes intentado hacer lo mismo.
Mi hijo no para de mirar para atrás en dirección a las escaleras.
No ha visto a los muertos pero sabe que están ahí.

Encuentro una puerta abierta y nos colamos dentro.
Intento cerrar la puerta pero está rota. Joder.
Muevo una cómoda para bloquear la puerta. Solo llega hasta medio cuerpo pero puedo poner más cosas mientras los muertos suben.

Miro a mi hijo y solo puedo ver su silueta recortada contra una ventana. Entra mucha luz desde la calle.
Mientras busco algo más que poner en la puerta veo como otra silueta se alza detrás de mi hijo.
No me jodas.
Me acerco a toda prisa y disparo a la silueta más alta.
4 balas
Le doy en el pecho. En el corazón, o eso creo.
La figura cae contra la ventana rompiendo los cristales y sacando medio cuerpo por ella.
Mi hijo aterrorizado corre hacia mí y se agarra a mis piernas.
La anciana, pues ahora la veo mejor, se levanta.
Le falta media cara. Algo se la ha comido.
Tiene un tiro en el pecho, media cara y cristales de gran tamaño clavados en la espalda sobresaliendo por el abdomen.
“Y al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Me viene un recuerdo de mi madre, la abuela de mi hijo. Espero que haya muerto del todo y no tenga que levantarse como esta cosa.
La anciana muerta levanta sus huesudos brazos hacia nosotros. Le pego otro tiro.
3 balas
Vuelve a estar a punto de caer por la ventana. Le pego una patada en el pecho para ayudarla.
Sale despedida hacia el vacío. Me asomo para ver como se estrella contra el pavimento.
Es una gran caída. Unos 6 pisos.
Los muertos de la calle se acercan al cuerpo de la anciana.
Se mueve. La muy hija de puta aún se mueve. Tiene todos los huesos rotos y todavía se arrastra.
La cabeza, no se ha chafado la cabeza. En las películas siempre hay que reventarles la cabeza.

De repente la puerta se mueve. Están intentando abrirla. Ya han llegado. La vieja me ha entretenido demasiado.
Mi hijo pega la espalda a la ventana rota. Yo le agarro fuerte la mano.
Los muertos siguen intentando abrir la puerta. La cómoda empieza a moverse con los empujones.
Unas manos muertas entran y buscan vorazmente algo que agarrar. Muchas más manos aparecen por la abertura.
Miro a mí alrededor buscando una salida o algo grande que pueda bloquear la puerta.
La única salida es una caída de 20 metros a la calle y el mueble del salón es demasiado pesado para moverlo yo solo.

Es demasiado tarde. La puerta se está abriendo. Uno de los muertos ya ha entrado. Intento darle en la cabeza y fallo.
2 balas
Apunto bien y le salto la tapa de los sesos.
1 bala
Cae y deja de moverse. Parece que ahora está muerto del todo. Ya sé cómo se acaba con ellos.
Están a punto de entrar. No tengo balas suficientes para todos.
Joder, joder, joder!!!
La puerta se está abriendo más y más.
Mi hijo esta temblando de miedo. Tengo que conseguir salvarlo como sea. Como sea.
La cómoda cada vez está más separada de la puerta. Los muertos se molestan por entrar pero no tardaran en hacerlo.
Mi hijo me mira llorando buscando que lo salve.
Tengo que salvarlo como sea. Como sea.
Yo lo miro mientras las lágrimas no paran de caer por mi cara.
Le digo que todo saldrá bien y que no tenga miedo.
Me agacho y lo abrazo fuerte.
0 balas
Mi hijo deja caer sus brazos sin vida. Ya no podrán convertirlo en un monstruo.

La cómoda ha sido barrida a empujones. Los muertos entran en tropel al apartamento.
Me levanto y abro los brazos para que vengan a por mí y dejen el cuerpo de mi difunto hijo.
Todas las abominaciones se lanzan a por mí. Noto como me desgarran la carne hasta el hueso. Noto como su maldición me infecta el cuerpo.
Pero todo me da igual porque no hay dolor más grande que el que siento en mi alma.
Al menos no ha sufrido. Yo sufriré por él. He podido salvarlo de la condena de ser un monstruo.
La presión de tantos cuerpos hace que la pared debajo de la ventana ceda.
Caemos al vacío. Solo espero romperme la puta cabeza y reunirme con mi hijo.

“Y al tercer día resucitó de entre los muertos”.