lunes, 26 de enero de 2015

Walking zombi (artículo)

Los zombis están de moda.
Me estoy refiriendo a las películas, las series, los videojuegos, etc... y no que en los desfiles de París y Milán la gente luce cadáveres (bueno sí, las pieles de animales, pero no es el tema).


Que los zombis venden esta claro. Hay personas que son fans de lo que ya es un género, las películas, el merchandising y todo lo relacionado con el tema. Que se disfrazan de zombis y hasta quedan en grupos para simular una “manada” de devoradores de carne. Incluso hay personas que creen en la llegada del popularmente llamado Apocalipsis zombi. Personas que se preparan. Que tienen reservas de comida, armas y un lugar seguro a prueba de muertos vivientes.
Me parece bien. Cada uno tiene sus gustos y … nunca se sabe.


Pero mi pregunta es...¿Por qué nos atraen tanto los muertos vivientes? ¿Qué es lo que tanto nos fascina de estos seres sin cerebro que vagan en grupo buscando algo que los llene?


La respuesta es más que evidente.


Nos sentimos identificados.


Simplemente hay que observar nuestro comportamiento cuando nos encontramos dentro de un grupo numeroso de personas a las cuales no conocemos.


Sin ir más lejos. Estas navidades, mientras realizaba mis compras navideñas, fui a un centro comercial a la hora de apertura. Mi plan era ir a buscar una cosa en concreto y largarme. Era una operación rápida. Entrar y salir. Pero no fue así.
Cuando llegue a la entrada de una conocida tienda de electrónica vi a un centenar de personas esperando en la puerta. Ninguna se miraba entre sí, solo miraban al frente, sin hablar. Toda esa multitud estaba a medio metro escaso de la cristalera que les impedía el paso  viendo como los trabajadores que estaban dentro se preparaban para su jornada laboral infernal navideña.
Los zombis de fuera no miraban directamente a los empleados de dentro (es de mala educación). Y los trabajadores, de vez en cuando, lanzaban miradas nerviosas a la horda de autómatas que esperaban que las puertas se abriesen para atacar.


Decidí darme media vuelta y largarme antes que me olieran o alguno diera el gemido de alarma.


Otro gran ejemplo ocurre cada día. Millones de personas usan el transporte subterráneo metropolitano (o metro) en las principales ciudades del mundo.
Todas ellas apiñadas, juntas en un sitio reducido que no deja lugar al espacio personal... Donde el olor es muy parecido al de cadáveres en descomposición. Y donde las miradas no se encuentran y los ojos miran al vacío de la nada. Todos autómatas absortos en una especie de no vida , o no muerte para el caso, mientras sus movimientos zombificados se compaginan con el vaivén del vagón. Todos moviéndose en una especie de procesión macabra perfectamente ejecutada entre trasbordo y trasbordo.


Más de una vez me han dado ganas de proferir un lamento gutural y bajo para ver sí entablo comunicación con alguno.


He llegado a presenciar artistas y pedigüeños que se vuelen invisible mientras caminan (y a veces saquean) entre los muertos. Pues estos tienen los oídos sordos por la música y la vista fija en pantallas táctiles.


Y es tal el nivel de muerte en vida que la gran mayoría ni se inmuta ante la súplica de ayuda de alguien que ha sido robado o incluso agredido.


Los ojos muertos no se fijan en el sufrimiento ajeno. Y es que nos estamos convirtiendo en espectadores de la vida.


Estamos tan insensibilizados que cuando vemos una situación violenta, extraña o aliena a lo que entendemos como normalidad nos parece estar viendo una película y actuamos en concordancia. Miramos con los ojos fijos mientras tenemos la boca ligeramente abierta.


Que solo nos falta babear.


Si realmente hubiera un Apocalipsis zombi nos quedaríamos mirando como devoran a la gente a nuestro alrededor hasta que llegara nuestro turno. Y así engrosar las filas de los muertos que parodian la vida que los vivos no han sabido vivir.


Los zombis actúan en horda porque no tienen cerebro. Nosotros si.


No te conviertas en un muerto viviente. No traigamos el Apocalipsis zombi.


Recuerda que ha todo zombi, tarde o temprano, le acaba explotando la cabeza. 


No seas un walking zombi. 



domingo, 18 de enero de 2015

Las aventuras de Ridinsminsqui: Comienzo (relato)

Se escabullía por corredores con el techo plagado de estrellas. Sus botas, a pesar de llevar cascabeles dorados y plateados, no hacían ningún ruido. Todo estaba en silencio. La Corte Púrpura dormía.

Era el momento propicio para hacerlo, pensó. Todo se había alborotado desde que el cielo se puso de 6 colores diferentes antes de volver a la normalidad y la magia se alterara. “El presagio del cielo” lo llamaban.

Los Consejeros y los Sabios discutían sin parar sobre el significado del augurio. Corrían rumores sobre una profecía de no sé qué oráculo. Tonterías. Él sabía lo que significaba. Los tiempos estaban cambiando. Era la oportunidad que siempre había esperado. Era el momento de ser un héroe. Un auténtico héroe.

Mientras se acercaba a su destino, el corazón se le aceleraba. Tanto por la emoción como por el temor a fracasar o que le pillaran antes de haber acabado.

Dobló la esquina y allí se encontraba la puerta. En realidad no era tal, solamente una arcada con marco plagado de símbolos arcanos grabados en él.

Se tensó y se acercó poco a poco. Estaba listo.

En lo alto del marco se abrió un ojo púrpura. Un ojo que lo miró de arriba a abajo y que no le dejaría penetrar en la estancia que custodiaba. El ojo del umbral solo dejaba pasar a su maestro. Nadie más podía entrar si el ojo lo estaba mirando.

Se descolgó el saco que llevaba a la espalda, lo puso en el suelo y lo abrió. Decenas de mariposas cuidadosamente capturadas una a una, salieron volando. El ojo pareció volverse loco intentando seguir el vuelo de cada una de las mariposas. Moviéndose con mucho cuidado fue acercándose al marco  y entró.

El techo estrellado dió paso a unas nubes tormentosas que retumbaban. El estudio estaba repleto de montones de libros, pergaminos y cachivaches de lo más extraño. Sabía lo que buscaba, pero no sabía donde se encontraba. Encendió una vela para ver mejor bajo los relámpagos y poder buscar más rápido.

Al cabo de un rato lo encontró. En un rincón olvidado, bajo un paño polvoriento estaba el estuche. Lo cogió y observó que estaba primorosamente tallado en forma de hojas de abedul.

La emoción hizo resonar los cascabeles de sus prendas. Sobrecogido por el repentino ruido, miró alrededor con la certeza de que había despertado a toda la Corte. Al ver que no era así, suspiró y dejó el estuche en una mesita cercana. Lo estudió detenidamente y vió la pequeña cerradura que protegía su contenido.

Estuvo tentado de cantar una palabra mágica y que se abriera, pero se contuvo. ¿ Acaso no estaba en el estudio del Mago Cantor de la Corte?. No era prudente, seguro que había protecciones. A los duendes les encantaba “proteger” sus cosas. Lo sabía porque él era uno de ellos. Lo mejor era actuar como no lo haría un duende. Nada de magia.

Rebuscó en uno de sus bolsillos y extrajo un pequeño alambre. Empezó a darle la forma adecuada y lo introdujo en la pequeña cerradura. Fue una ardua batalla que libró con media lengua fuera por un lado de la boca.

De repente se quedó quieto mientras sus puntiagudas orejas intentaban percibir algún sonido que no fuera el constante retumbar de los truenos del techo. Al no escuchar nada extraño, reanudó sus esfuerzos contra la maldita cerradura como si de una lucha contra un dragón se tratara.

Al fin venció y el estuche se abrió con un ligero chasquido.

Con dedos temblorosos levantó la tapa para revelar su contenido.

Descansaba sobre terciopelo verde como una yegua lo haría sobre la hierba.

La luz de los relámpagos despedían destellos plateados mientras la vela la hacia refulgir con un brillo dorado.

Allí tenía un aguja. Un arma empleada por los duendes que servía tanto para apuñalar como para lanzar y que razas más toscas confundían con una varita de hada.

Pobres lerdos. Los duendes no utilizaban varitas.

Pero ésta no era una aguja corriente. Era Pinchacosasfeas. Una reliquia de las Guerras Troll que se había forjado una leyenda propia al pasar por las manos del Danzarín Dormido. Un gran héroe de su pueblo.

Con gran reverencia envolvió el arma con el trapo polvoriento que cubría el estuche y se la guardó en su zurrón. Cerró el estuche y lo volvió a poner en su sitio. De esa manera el Cantor tardaría mucho tiempo en darse cuenta de lo sucedido.

Al salir de la estancia, el techo clareaba con la luz del amanecer. El ojo aún estaba mirando mariposas y no le prestó atención. Debía darse prisa si quería conseguirlo.

Avanzó raudo por los corredores hasta pasar bajo el lago. Los peces lo miraban desde lo alto con curiosidad pero él no les prestó la más mínima atención.

Por fin llegó donde quería. El pasillo acababa en una gruesa pared de madera.

Alargó la mano hasta tocarla y del centro de esta apareció un pomo. Lo giró y delante de él se dibujaron las líneas de una puerta. Nadie esperaría que se fuera por la Puerta del Roble. Al abrirla el frescor previo al amanecer removió su travieso cabello.

Miró el cielo, no un techo que lo imitara. El verdadero cielo.

Una sonrisa se perfiló en su rostro. Dio  un par de palmadas a su zurrón y salió al mundo.

Miles de aventuras lo esperaban en Ulmor. Y solo acababan de empezar.

Detrás de él una puerta desapareció en el tronco de un roble centenario.


domingo, 4 de enero de 2015

Feliz ano nuevo (artículo)


Advertencia: Este artículo puede herir la sensibilidad de las personas con esperanzas, sueños y ano.

Sí, has leído bien. He puesto feliz ano nuevo. Ano. Sin ñ. No es un error del corrector ni un fallo mío. He escrito ano conscientemente.
Y lo he puesto porque estos últimos días del año la frase que más he escuchado es: “Que ganas tengo de que acabe ya este año de una vez y que empiece el nuevo”. Como si en el nuevo año no nos vayan a dar por saco igual.

Este año nuevo (como todo el mundo) tengo intención de hacer más deporte, aprender inglés, o alemán, o mandarín; viajar mucho más, decir te quiero a todo el mundo, comprar la colección del “maravilloso” mundo de los minerales sin dejarme ni un puto fascículo y untarme bien con vaselina para que no me duela tanto. Hacer todos mis originales propósitos para el nuevo año y que nadie me ha metido en mi cerebro con un bombardeo constante de mierda mediática.

Por qué...cuantos de nuestros sueños y esperanzas sobre la vida son realmente nuestros ? Cuantas cosas hacemos porque la sociedad nos lo ha dictaminado ? Que es lo correcto y lo incorrecto ?

Solo sé una cosa. Citando a Agorer: “ Cuando deseas una cosa con mucha fuerza al final te comes una mierda !!”

Y es que el país tampoco acompaña.
Nuestros estimados y honrados políticos nos han dado bien por el ojo de mordor (Mordor: tierra donde rara vez llega la luz del sol) (Ojo: de ojete), no hace falta repetir sus actos. Pero este año la cosa empieza mucho mejor. La ley de Propiedad Intelectual y la conocida como ley mordaza están diseñadas para acallar cualquier voz que se alce contra el gobierno.

Pero a mí no van a callarme. Nos están llevando a una dictadura encubierta donde nos tengan bien contentos atiborrados de fútbol pero donde la cultura tenga el iva más alto. No voy a callarme. Pienso gritarlo bien alto. A menos,claro esta, que me den un sobre con una buena suma de dinero. Entonces me callo. Porque claro, somos unos corruptos. Y nos importa una puta mierda lo que le pase al del al lado mientras yo pueda tener un móvil 4G con una cámara con 11 mil megapixeles capaces de hacer fotos súper chulas de mi lado atrevido y mi postureo en el baño de mi casa.

La esperanza es lo último que se pierde. Eso dicen. Y es cierto. Porque antes perdemos el orgullo, la dignidad y hasta la misericordia hacia los demás con tal de que nos tiren un hueso del que poder roer las sobras. Y es que estamos amaestrados. Nos han doblegado hasta el punto de soñar con lo que nos venden. De tener miedo a decidir. Al cambio. Nos han enseñado a hacer lo peor que puede hacer el ser humano. Nos han enseñado a conformarnos.

No somos conformistas. Somos luchadores. La raza humana ha evolucionado a través de la lucha. Del no conformarse. Del aspirar a algo mejor. De querer que tú y los que quieres estén mejor. Pero claro, que bien se esta en el sofá mientras hacen girar el mundo al ritmo que más les conviene.

Despierta. Llegarás hasta donde te dejen y harás lo que te dejen hacer. La libertad es una quimera que nos venden con imágenes juveniles, emocionantes y refrescos de cola.
La verdadera libertad reside en la mente de uno. Debajo de toda la programación que nos han metido queda un rincón oscuro donde uno es libre. Donde uno se puede cuestionar las cosas. Donde los convencionalismos no existen y donde la ética y la moral son personales.

Pensamiento crítico.

Es algo que practicaban en la edad clásica. Algo que nos han intentado borrar generación tras generación pero que es tan intrínsecamente humano como el habla y que los niños pequeños hacen continuamente.
Preguntar por qué.

Por qué las cosas son así y no de otra manera. Y pensar si de la otra manera no irían mejor las cosas.

Pensar, cuestionarse y probar. Perder el miedo al cambio.

Nunca aparecerán cosas nuevas en la vida de uno si no es capaz de aceptar el cambio. De adaptarse a él y hacerlo suyo.

Así que este año puedes seguir compadeciéndote de ti mismo, echandole la culpa de tus males a que es un mal año, a la mala suerte o a los Diminutos. O puedes levantarte del sofá y luchar por lo que quieres.

Seguramente seguirás como hasta ahora.

Y por eso te deseo Feliz ano nuevo.