Faltaba poco
para que el año llegara a su fin. La gente se arremolinaba en la
plaza a la espera de que el reloj marcara las 12.
El niño se
escabulló de sus padres. Entre tanta gente fue fácil alejarse sin
que se dieran cuenta. Quería subir hasta lo alto de la torre, hasta
el reloj. Desde allí podría ver bien los fuegos artificiales.
Se coló por un
pequeño hueco y empezó a subir. Estaba cansado de subir tantas
escaleras pero no se dio por vencido. Por fin llegó a la zona
donde se veían los engranajes.
Todas esas
piezas hacían tic tac, click clock. El niño se maravilló al
contemplar la máquina que marcaba el paso del tiempo. Y mientras
miraba ensimismado como se movían, tropezó.
Tropezó con
algo grande cayendo al suelo. Se levantó limpiándose el polvo y
entonces lo vio.
Vio un ave. Un
gran ave con el plumaje como el sol cuando se pone en invierno. Que irradiaba
un calor parecido al que uno siente cuando esta frente a la estufa o
tapado con una manta, el calor que se siente en el hogar de uno.
Suave y acogedor.
El ave alzó
lentamente su cabeza. Su cuello lanzaba destellos cálidos que
relucían entre las piezas de la maquinaria. Abrió los ojos de
manera somnolienta. Unos ojos de hielo virgen que se posaron sobre el
niño.
El pequeño
estaba asustado y emocionado a partes iguales. Pero como era más
valiente que prudente, se acercó un paso.
- ¿Buenas
noches ?-, le habían enseñado que la educación era importante.
- Buenas
noches- dijo el fénix mientras inclinaba la cabeza con solemnidad.
El niño sonrió
ampliamente al ver que el ave podía hablar. Su mirada recorrió
rápidamente la sala del reloj observándolo todo como si fuera la
primera vez. Reparó en que el gran pájaro estaba en un nido aún
mayor, hecho con alambres y partes metálicas.
- ¿Qué eres?- preguntó el niño.
- Soy el ave
Fénix- contestó mientras el niño asentía con cara de quedar
satisfecho con la respuesta pero sin entenderla.
- ¿Y qué haces aquí?. Todo el mundo está fuera celebrando la entrada del año
nuevo.
- Me estoy
preparando para partir. Soy muy mayor. Mi tiempo acaba con el del
año.
Al decir eso, el
niño reparó en que al ave le faltaban algunas plumas y que su
mirada parecía cansada.
- ¿Quieres
decir que te vas a morir?- de pronto el niño se sentía triste.
- Los fénix
nacemos con el año nuevo, cogemos fuerzas en invierno, cuando somos
jóvenes traemos la primavera, el verano cuando somos adultos y
cuando somos ancianos llega el otoño. Nuestra vida termina cuando
acaba el año.
-Pero
podemos llamar a un médico o algo.
- No estés
triste pequeño. Todo en el viaje de la vida son etapas. Hay que
seguir adelante. Seguir volando pase lo que pase. Yo cargo con la
sabiduría de los míos. Tu vivirás experiencias y eso te hará
crecer como persona. Y en eso reside el misterio de la vida. En
vivirla.
El niño sorbía
por la nariz intentando contener las lágrimas.
- Estoy
preparado para marcharme. He vivido todo lo que me tocaba. Es hora
de que otros sigan adelante.
Empezaron a
sonar las campanadas y la sala retumbaba con cada una de ellas. Una,
dos, tres...diez, once y doce.
Desde fuera llegaban gritos de “Feliz año” y “Próspero año nuevo”
- Adiós
pequeño. Disfruta la vida que tienes por delante. Saborea cada
sorbo como si fuera el último y cuando te llegue el fin como a mí, lo harás con una sonrisa. Gracias por no dejarme sólo en mi ocaso.
Adiós.
Entonces empezó
a relucir con intensidad despidiendo un calor intenso como si fuera
un horno. Las plumas fueron cayéndose y poco a poco fue
desintegrándose hasta no ser más que un montón de cenizas de purpurina.
Cuando acabó, el niño se acercó al nido y no pudo contener más las lágrimas.
Pues a pesar de no haber conocido mucho tiempo al fénix la pena y la
tristeza que sintió al verlo morir le hicieron derramarlas.
Las lágrimas
cayeron en las cenizas dejando al descubierto un pequeño huevo de
oro bruñido que eclosionó liberando a un polluelo que tenía el plumaje del amanecer de un nuevo día y los enormes ojos como el cielo
despejado de verano.
Fuera, el cielo
se iluminaba por los fuegos artificiales.
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