Como cada año
por estas fechas ya tenemos encima las fiestas de Navidad.
Esas fechas mágicas donde la gente se echa a la calle a pesar del
mal (o buen) tiempo que haga.
Son pocos días
que pasan muy rápido, que a veces y contra más mayor nos hacemos,
se hacen muy largos y pesados.
Cada uno vive
las fiestas de una manera particular, pero todos tenemos momentos en
los que experimentamos lo mismo. Por eso voy a explicar que es para
mi la Navidad.
La Navidad es
ver las calles iluminadas por un millar de luces que rivalizan con
las estrellas del firmamento. Miles de estrellas rojas emparejadas
iluminan las carreteras en lenta procesión cada una hacía un
nacimiento diferente. Y es que los atascos son habituales en estas
fechas tan señaladas e imposibles de esquivar. Un trayecto de 10
min. puede convertirse en toda una odisea digna de una tragedia
griega.
Son momentos
para compartir. Sentir el calor humano. Saber que no estas sólo. Que
a tu alrededor hay mucha más gente de la que puedas contar. Todas
con los mismas ideas y sentimientos, la misma algarabía y
juvilosidad (palabra inventada) propia de las “fiestas”. Y es
que las calles están tan abarrotadas que no se puede prácticamente
caminar. Todo el mundo con prisas (el tan consabido estrés) que nos
deleitan con las mejores carreras del año nunca vistas en GP.
Es un tiempo
para pensar en los demás. Cumplir sus sueños y hacerlos felices.
Dar sorpresas esperadas y si es posible alguna inesperada que con
cierto atino y suerte puede ser agradable.
Tiempo de
dejarse la paga extra en regalos, pues para eso nos la dan, algunos
de ellos útiles y realmente deseados pero que en su mayoría no
pasan de los típicos clichés.
Perfumes, ropa,
juguetes, calcetines (¿porqué siempre se regalan calcetines?) y
hasta dinero, súmmum de la originalidad.
Son fechas para
estar con la familia. Reencontrarse con los seres queridos que están
lejos. De hacer realidad los tan melosos y edulcorados anuncios de la
tele. Donde la fraternidad, el amor y la felicidad rebosan de las
casas. ¡¡Pero si hasta en los bares te guardan un décimo premiado
con tropecientos mil euros que no has comprado!!. Son fechas para
aguantar a la prima estirada, al tío graciosillo, al cuñado
fantasma y a todo el elenco de Pesadilla antes de Navidad.
Fechas de hacer
reuniones alrededor de mesas repletas y repletas de comida que solo
comes una vez al año, en Navidad. Donde el alcohol, la comida y
demás excesos campan a sus anchas entre todos los invitados (o
autoinvitados) celebrando el nacimiento de un tío que hace ya
nosecuantos años se sacrificó para que nosotros podamos seguir
pecando.
Gracias macho.
Haré un brindis en tu honor. Es lo mínimo que te mereces.
Las Navidades,
que gran invento comercial.
Pero voy a
dejar de lado toda mi ironía y mi cinismo adulto (me será difícil).
Se me otorgó
un don al nacer (a veces una maldición) que voy a utilizar. El don
de la buena memoria.
Recuerdo vívidamente como eran para mi las navidades cuando era niño.
Como mis
pequeños ojos se abrían al ver las grises calles de la ciudad
llenas de luces multicolores. Como mi casa se llenaba con los adornos
que se iban coleccionando año tras año pues eran tiempos mucho más
humildes. Como me sentaba a ver los programas especiales de navidad
destinados a los chiquillos y como deseaba todos los juguetes que
anunciaban y jamás tendría.
Recuerdo ir a
pasear con mis padres y sumergirme entre el gentío para hacer colas
donde fuera, con una sonrisa en la cara, sin importar el tiempo. Ver a
algún Santa Claus dando caramelos y sentir una felicidad inusitada
al recibir un par de dulces.
Recuerdos de
reuniones familiares donde se junta la familia que casi no ves
durante el año. Donde no paras de jugar con tus primos. Donde
aprendes el significado de conceptos como primo segundo por parte de
madre y donde te das cuenta que tu familia es mucho más grande de lo
que pensabas.
Reuniones donde
comes cosas que están vedadas durante el resto del año y que
esperas con ansias porque son los manjares más selectos y exclusivos
que tu infantil paladar pueda probar.
Y como olvidar
esa noche en vela. Donde la emoción no te deja dormir porque sabes
que unos reyes legendarios te dejarán regalos a los pies de tu cama.
Una noche que llevas un año esperando. Donde la ilusión ha ido
creciendo en los últimos días mientras escribías la carta,
montabas el belén, veías la cabalgata y soñabas, sobretodo soñabas
con lo que te traerían.
Pues es la
espera lo que hace grande esa noche. Algo que llevas mucho tiempo
deseando hace que el momento final sea tan mágico.
Esa noche no
puede olvidarse fácilmente, al menos no debería olvidarse.
Pues en cada
una de las cosas que he descrito reside la verdadera esencia de estas
fiestas.
El tan valorado
espíritu navideño.
Es cierto que
contra más mayores nos hacemos es más difícil sentirlo. Y ese es el
motivo por el que hay que esforzarse.
Son pocos días
al año. Pero son días con una magia especial. En tus manos está
vivirla.
Deja que el
niño que llevas dentro disfrute.
Feliz Navidad.
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