Aprovechar el tiempo al máximo y exprimir el jugo que te da la vida.
Con esa filosofía en mente me disponía a dormir la siesta.
Lo sé. No es muy excitante. Pero tenía sueño.
Además, no era una siesta corriente. Era una siesta a la sombra de un gran árbol mientras la brisa estival movía las hojas.
Merecía la pena, créeme.
Y mientras mis ojos contemplaban ese magnífico castaño, mi mente comenzaba a divagar buscando los jardines de Morfeo. Buscando la entrada al reino de los sueños que parecía esquivarme como lo hacen dos amantes que juegan al escondite.
Fue entonces cuando me di cuenta que aquel árbol. Ese magnífico castaño era un reflejo de mi vida. De la vida de cualquiera de nosotros. De la vida de todos.
La vida es como un árbol.
Sus raíces son las tuyas. Son la parte de ti que ya traes cuando llegas a este mundo.
Son todo aquello que tus ancestros te han dejado. El legado que pesa sobre ti y desde donde se empieza a forjar tu carácter. Tu manera de ser. Tú misma esencia.
Tus raíces son aquello que cuando los malos tiempos hacen que te tambalees te aguantan para resistir el embate.
Por mucho que el viento sople intentando derrumbarte siempre puedes recurrir a ellas para saber quién eres.
Tu fortaleza reside en saber quién eres y de dónde vienes. Sabiendo eso nadie podrá arrancar tus raíces.
El tronco del árbol es el recorrido de nuestra vida. De tu vida. Es el reflejo del camino que emprendemos al nacer hasta llegar a nuestro ocaso.
Los más ambiciosos dirían que simboliza lo alto que podemos llegar en la vida. Pero lo importante no está en la altura que se consiga, si no en disfrutar del crecimiento. Cada experiencia nos enriquece más. Cada nueva vivencia nos convierte en seres únicos con un trazado vital propio que nada ni nadie puede repetir.
Y es que al observar como es el tronco podemos ver como su figura serpenteante describe nuestro camino vital y como ésta se ondula a través de los años.
Cada nudo y cada muesca son las marcas con las que nuestro ser va creciendo.
Son la impronta que deja testimonio de que hemos vivido.
Una vez dije: "Que las cicatrices de tu alma conformen el mapa de tu vida".
Sigo pensándolo.
Por eso estoy orgulloso de las marcas de mi tronco.
Las ramas. Nuestras ramas son las personas que hemos conocido. Aquellas personas que se han cruzado en nuestro particular camino. Aquellas personas con las que hemos compartido vivencias y experiencias que siempre viajarán con nosotros. Contigo.
Un árbol completo tiene ramas gruesas y finas. Ramas cortas y largas. Muchas ramas.
Algunas seran más importantes que otras. No por el tiempo compartido con ellas, ni por el tipo de relación. Si no por el grado de influencia que han tenido sobre tu ser.
Las ramas más importantes de tu árbol seguramente correspondan a familiares, amigos y parejas. Estas ramas son las que darán forma a tu árbol. Las que habrán aportado o desviado tu tronco de una manera que nadie podía preveer.
Algunas estarán podridas y desearás que se rompan y dejen su fea ausencia en tu tronco. Pero habrá otras que no quieras perder. Ramas que no querrás dejar secar y que se caigan con el paso del tiempo.
Por eso intentarás, que aunque la distancia sea mucha y el tiempo escaso, regarlas con algún encuentro, con aquello que aún os conecte, con una sonrisa que no deje morir aquella rama.
Por muy lejos que esté.
Todas las ramas dan hojas. Un manto silvestre que simboliza los recuerdos compartidos. Como si de un álbum de fotos se tratara. Cada hoja representa una instantánea de un momento compartido. Una foto de un recuerdo. Una imagen que junto al resto forman el mosaico de recuerdos que cuentan de manera colorida una vida. Tú vida.
Algunas hojas caen con el paso de las estaciones. Otras son arrastradas por el viento cambiante.
Pero las realmente importantes no se caen jamás. Puede que cambien de color como si de fotos viejas se trataran. Pero algunos recuerdos siempre permanecerán frescos en nuestro árbol.
En tú árbol.
El árbol de la vida.
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