domingo, 28 de diciembre de 2014

Historia de dos pollitos (cuento)

Había una vez dos pollitos que a pesar de no ser de la misma madre eclosionaron al mismo tiempo. Desde que salieron de sus huevos siempre estaban juntos. Jugaban juntos, comían juntos y hasta dormían juntos. Nunca se separaban. 

Un buen día, mientras el sol estaba en los alto, los dos pollitos picoteaban pienso juntos. 

-Pío- dijo uno de ellos.  
-Haz lo que quieras. 

Próximamente la continuación de Historia de dos pollitos donde uno de ellos va a comer y dice:

-Pienso- y el otro contesta.
-Luego existo.



Feliz 28 de diciembre. Feliz día de los Santos Inocentes. 



miércoles, 24 de diciembre de 2014

Noche de paz. Noche de amor (relato)

Era la noche de Nochebuena.  Las calles brillaban con las luces navideñas. Nadie paseaba, estaban vacías mientras las familias disfrutaban de la cena con sus seres queridos. Nevaba. Sería una blanca navidad para todos.

Mientras todos estaban felices y calentitos en sus casas yo estaba en el coche patrullahelándome el culo. Odio las guardias nocturnas. Más cuando caen en días festivos. Más cuando es en Navidad. Y más cuando las tienes que hacer solo. Putos recortes.


La noche transcurría sin apenas incidentes. Algún que otro borracho pero nada más. Entonces me llegó por radio el aviso.

Un 10-14. Unos vecinos se quejaban de unos gritos provenientes de la casa de al lado. Algunos se estaban pasando con la efusividad de la fiesta. Nada serio.


Era el que estaba más cerca de la casa y tarde muy poco en llegar. Era una gran casa, con una fachada beis y blanca, con un jardincito muy cuidado y en muy buen estado. Gente de bien.


Me bajé del coche y la noche me dió un helada bofetada. Que puta gran noche.


La casa estaba decorada con luces de colores y figuras de renos luminosos y sonrientes en el jardín. Recuerdo pensar “Los renos sonríen”. Me dieron mal rollo. Odio estas putas fiestas.


Me acerqué al portal sin quitarle ojo a los siniestros y sonrientes renos. Llamé al timbre del portal y me di cuenta de que la puerta estaba abierta.

La abrí levemente. El calor y el olor a cena navideña me dieron la bienvenida. Creo que dije algo como “Hola, hay alguien ?” y no obtuve ninguna respuesta.


Entré en la casa con la mano puesta en el arma. Entré en el recibidor. Había varios abrigos colgados de un perchero con nieve derritiéndose, así que deduje que al menos habría 6 personas en el hogar.


Escuché un ruido de movimiento que provenía de la cocina así que entré en ella. Un par de piernas se agitaban desde detrás de una mesa. Me acerqué a socorrer a la persona pero cuando pude verla entera me di cuenta de que tenía la cabeza aplastada como si alguien muy grande la hubiera machacado con algo contundente y pesado.


Se me quitaron las ganas de cenar. La pobre abuela llevaba un suéter con un rollizo santa claus sonriente. No lo haría si viera la papilla del suelo.


Desenfundé el arma. Pedí refuerzos por la radio y me dirijí hacia el comedor.

Mientras caminaba hacia allí me parecía oír una vocecilla que cantaba: “ Noche de paz. Noche de amor. Todo duerme en derredor...”


Lo que vi en el comedor quebrantaría la mente de cualquier persona. Los cuerpos de unas 7 personas adultas estaban descuartizadas de las maneras más brutales posibles. Las paredes estaban salpicadas con sangre. En la chimenea chisporroteaban los corazones ensartados como un espeto macabro. El árbol estaba decorado con las entrañas de la familia.


Vomité. Café sobretodo. No tenía nada más en el estómago.


“Noche de paz. Noche de amor. Ha nacido el niño Dios...”


La canción consiguió que recuperara el sentido. Parecía venir de detrás del árbol. Me acerqué prudentemente apuntando con mi arma. Escondida, abrazándose las piernas con los brazos había una niña rubia de unos 9 años. Ella era la que cantaba.


Me acerqué aún más. Con voz suave y tranquilizadora le dije que no se preocupara que los buenos ya estaban en camino y que viniera conmigo. Ella me miró. Tenía los ojos rojos de tanto llorar y parecía ida. Le tendí mi mano y al poco me la dió. La saqué de detrás del árbol y la cogí en brazos.

Le pregunté que había pasado y me dijo que un hombre malo, grande y vestido de rojo había bajado por la chimenea y los había matado a todos.


Un puto loco disfrazado de santa claus ha destrozado a esta gente. Odio la navidad. 

Cuando estábamos a punto de abandonar la sala, la niña empezó a moverse y a gritar con pánico en la voz. Al final no sí caímos y apunte mi arma contra lo que sea que había visto la niña a mi espalda.


Entonces fue cuando lo oí. El sonido más terrorífico que he escuchado en toda mi vida. Una risa.


Una risa cruel y desalmada, como si tuviera la garganta llena de flemas y la profundidad del Pozo.

Pero al girarme recuerdo solo ver a la niña tirada de rodillas delante de mi mirándome.


Me miraba ida. Y me sonreía de manera bobalicona. Hasta que su sonrisa se ensanchó cada vez más hasta tener una longitud inhumana. Recuerdo que me vino el Joker a la cabeza. Pero el Joker no tiene los dientes triangulares y afilados como los de un tiburón. La niña si los tenía.


De repente salto 5 metros tan rápido que no me dió tiempo a reaccionar y aterrizó sobre mi pecho. Grité de dolor cuando sus dedos que eran garras de 10cm me perforaban los hombros.

Su aliento hedía a descomposición, muerte y corrupción. Sus ojos eran pozos negros de pura maldad. Su asquerosa risa flemática articulaba palabras extrañas.


Aquello no era una niña. Ya no. Apreté los dientes. Me obligué a mover el brazo a pesar del dolor y vacié el cargador en el pecho de la puta niña del demonio.


Calló a mi lado. Entonces empezó a hablar como la niña que era. Decía que ella no quería hacerlo. Que ellos entraron en su cuerpo y la obligaron a hacer cosas. Cosas terribles. Que había leído una historia por Internet y que desde ese momento ellos entraron dentro.


Entonces reptó por el suelo como una jodida serpiente y con sus afilados dientes me partió la pierna izquierda. Caí al suelo mientras me masticaba la pierna. No me quedaban balas.


El dolor era insoportable. Y recuerdo ver un maldito adorno de santa claus. Entonces me acordé de la vieja de la cocina. Cogí fuerte mi arma y empecé a golpear la cabeza de la niña con todas mis fuerzas. Una, dos, tres veces. Tantas hasta que el brazo parecía que se me iba a caer. 


Soltó mi pierna. Me arrastré hacia la puerta como pude. No tardarían en llegar mis compañeros.


Cuando casi estaba fuera del comedor. La niña me habló. Me dijo que ellos le habían dicho que al contar su historia ella se libraría de la maldición y esta pasaría a aquel que la escuchara o leyera.


Me rescataron mis compañeros. Pasé un año de baja por estrés post-traumático. Desde aquello he descuartizado a más de 30 personas. Pero ya estoy agotado. No puedo aguantarlo más. Por eso te cuento mi historia.

Ellos entrarán en ti. La maldición es tuya.


lunes, 22 de diciembre de 2014

Feliz Navidad (artículo)

Como cada año por estas fechas ya tenemos encima las fiestas de Navidad. Esas fechas mágicas donde la gente se echa a la calle a pesar del mal (o buen) tiempo que haga.

Son pocos días que pasan muy rápido, que a veces y contra más mayor nos hacemos, se hacen muy largos y pesados.

Cada uno vive las fiestas de una manera particular, pero todos tenemos momentos en los que experimentamos lo mismo. Por eso voy a explicar que es para mi la Navidad.

La Navidad es ver las calles iluminadas por un millar de luces que rivalizan con las estrellas del firmamento. Miles de estrellas rojas emparejadas iluminan las carreteras en lenta procesión cada una hacía un nacimiento diferente. Y es que los atascos son habituales en estas fechas tan señaladas e imposibles de esquivar. Un trayecto de 10 min. puede convertirse en toda una odisea digna de una tragedia griega.

Son momentos para compartir. Sentir el calor humano. Saber que no estas sólo. Que a tu alrededor hay mucha más gente de la que puedas contar. Todas con los mismas ideas y sentimientos, la misma algarabía y juvilosidad (palabra inventada) propia de las “fiestas”. Y es que las calles están tan abarrotadas que no se puede prácticamente caminar. Todo el mundo con prisas (el tan consabido estrés) que nos deleitan con las mejores carreras del año nunca vistas en GP.

Es un tiempo para pensar en los demás. Cumplir sus sueños y hacerlos felices. Dar sorpresas esperadas y si es posible alguna inesperada que con cierto atino y suerte puede ser agradable.
Tiempo de dejarse la paga extra en regalos, pues para eso nos la dan, algunos de ellos útiles y realmente deseados pero que en su mayoría no pasan de los típicos clichés.
Perfumes, ropa, juguetes, calcetines (¿porqué siempre se regalan calcetines?) y hasta dinero, súmmum de la originalidad.

Son fechas para estar con la familia. Reencontrarse con los seres queridos que están lejos. De hacer realidad los tan melosos y edulcorados anuncios de la tele. Donde la fraternidad, el amor y la felicidad rebosan de las casas. ¡¡Pero si hasta en los bares te guardan un décimo premiado con tropecientos mil euros que no has comprado!!. Son fechas para aguantar a la prima estirada, al tío graciosillo, al cuñado fantasma y a todo el elenco de Pesadilla antes de Navidad.

Fechas de hacer reuniones alrededor de mesas repletas y repletas de comida que solo comes una vez al año, en Navidad. Donde el alcohol, la comida y demás excesos campan a sus anchas entre todos los invitados (o autoinvitados) celebrando el nacimiento de un tío que hace ya nosecuantos años se sacrificó para que nosotros podamos seguir pecando.
Gracias macho. Haré un brindis en tu honor. Es lo mínimo que te mereces.

Las Navidades, que gran invento comercial.

Pero voy a dejar de lado toda mi ironía y mi cinismo adulto (me será difícil).

Se me otorgó un don al nacer (a veces una maldición) que voy a utilizar. El don de la buena memoria.

Recuerdo vívidamente  como eran para mi las navidades cuando era niño.
Como mis pequeños ojos se abrían al ver las grises calles de la ciudad llenas de luces multicolores. Como mi casa se llenaba con los adornos que se iban coleccionando año tras año pues eran tiempos mucho más humildes. Como me sentaba a ver los programas especiales de navidad destinados a los chiquillos y como deseaba todos los juguetes que anunciaban y jamás tendría.

Recuerdo ir a pasear con mis padres y sumergirme entre el gentío para hacer colas donde fuera, con una sonrisa en la cara, sin importar el tiempo. Ver a algún Santa Claus dando caramelos y sentir una felicidad inusitada al recibir un par de dulces.

Recuerdos de reuniones familiares donde se junta la familia que casi no ves durante el año. Donde no paras de jugar con tus primos. Donde aprendes el significado de conceptos como primo segundo por parte de madre y donde te das cuenta que tu familia es mucho más grande de lo que pensabas.
Reuniones donde comes cosas que están vedadas durante el resto del año y que esperas con ansias porque son los manjares más selectos y exclusivos que tu infantil paladar pueda probar.

Y como olvidar esa noche en vela. Donde la emoción no te deja dormir porque sabes que unos reyes legendarios te dejarán regalos a los pies de tu cama. Una noche que llevas un año esperando. Donde la ilusión ha ido creciendo en los últimos días mientras escribías la carta, montabas el belén, veías la cabalgata y soñabas, sobretodo soñabas con lo que te traerían.
Pues es la espera lo que hace grande esa noche. Algo que llevas mucho tiempo deseando hace que el momento final sea tan mágico.
Esa noche no puede olvidarse fácilmente, al menos no debería olvidarse.

Pues en cada una de las cosas que he descrito reside la verdadera esencia de estas fiestas.

El tan valorado espíritu navideño.

Es cierto que contra más mayores nos hacemos es más difícil sentirlo. Y ese es el motivo por el que hay que esforzarse.

Son pocos días al año. Pero son días con una magia especial. En tus manos está vivirla.

Deja que el niño que llevas dentro disfrute.

Feliz Navidad.


domingo, 14 de diciembre de 2014

En honor a Edgar Allan Poe (selección de microrrelatos)


Mr. Pepper
La madre se acerca preocupada a la habitación de su hija. Ha vuelto a desmembrar sus muñecas.
-¿Por qué le has hecho eso otra vez a tus juguetes?
La niña se gira con su cara angelical y dice:
-Mr. Pepper me ha dicho que tenía que castigarlas por portarse mal, mamá.
-Ya hemos hablado de eso. El doctor te dijo que Mr. Peters o como se llame no existía. Así que deja de hablar de él y empieza a comportarte como una niña normal.
La niña niega con la cabeza y le hace gestos a alguien detrás de la madre hasta que por fin dice:
-Lo siento mamá. Te has portado muy mal.
-Te he dicho que no hables de...
La puerta del cuarto se cierra de golpe tras la madre. 

Comida a domicilio
Llamaron a la puerta de casa. La pizza había llegado.
Jennifer se acercó a mirar por la mirilla. Vio al pizzero y un escalofrío le recorrió la espalda.
El tipo tenía una pinta inquietante con aquella sonrisa lobuna y la ridícula gorra de repartidor.
Volvió a llamar a la puerta. Esta vez con los nudillos y ella se sobresaltó y se apartó de la puerta.
No podía esperar a que Jason saliera de la ducha para que pagara la pizza. Se burlaría de ella.
Abrió la puerta con el dinero en la mano. Le entregó el pedido a cambio del dinero.
Ella cerró la puerta con alivio al perder al extraño repartidor de vista pero la puerta no se cerró del todo.
Se abrió de un portazo lanzando a Jenni al suelo mientras el tipo lanzaba la gorra, dejaba a la vista unos dientes afilados y decía:
-Yo también tengo hambre.

Bobby
Me despierto sobresaltado. Todo está oscuro en mi habitación. Está lloviendo fuera. Habrá sido un trueno.
Me vuelvo a tumbar con el corazón latiendo con fuerza. Escucho un ruido abajo. La portezuela.
No puede ser. Bobby está atado fuera. Papá lo amarró bien por haberme mordido.  
Me asomo a la ventana. No veo bien la caseta. El jardín está oscuro.
Un relámpago lo ilumina todo. La cadena está rota. No.
Me doy la vuelta para cerrar la puerta de mi cuarto rápidamente. Cuando me acerco a ella veo dos ojos que brillan en la oscuridad. Dos ojos hambrientos. Escucho un gruñido bajo. Y veo como se abalanza.  
Cierro la puerta y pongo mi espalda contra ella para bloquearla.
El primer golpe casi me lanza despedido. Luego vienen dos o tres más.
Escucho como araña la puerta y la muerde. Oigo como la madera se rompe bajo sus garras y sus fauces.
Lloro. No tardará en entrar a por mi.

Uno de estos microrrelatos lo encontrarás en el libro "Homenaje a Edgar Allan Poe" publicado por la editorial ArtGerust.

              http://www.artgerust.com/libro/150-microrrelatos-terror-poe/4560






lunes, 8 de diciembre de 2014

El Niño y el Fénix (cuento)


Faltaba poco para que el año llegara a su fin. La gente se arremolinaba en la plaza a la espera de que el reloj marcara las 12.

El niño se escabulló de sus padres. Entre tanta gente fue fácil alejarse sin que se dieran cuenta. Quería subir hasta lo alto de la torre, hasta el reloj. Desde allí podría ver bien los fuegos artificiales.

Se coló por un pequeño hueco y empezó a subir. Estaba cansado de subir tantas escaleras pero no se dio por vencido. Por fin llegó a la zona donde se veían los engranajes.

Todas esas piezas hacían tic tac, click clock. El niño se maravilló al contemplar la máquina que marcaba el paso del tiempo. Y mientras miraba ensimismado como se movían, tropezó.

Tropezó con algo grande cayendo al suelo. Se levantó limpiándose el polvo y entonces lo vio.

Vio un ave. Un gran ave con el plumaje como el sol cuando se pone en invierno. Que irradiaba un calor parecido al que uno siente cuando esta frente a la estufa o tapado con una manta, el calor que se siente en el hogar de uno. Suave y acogedor.

El ave alzó lentamente su cabeza. Su cuello lanzaba destellos cálidos que relucían entre las piezas de la maquinaria. Abrió los ojos de manera somnolienta. Unos ojos de hielo virgen que se posaron sobre el niño.

El pequeño estaba asustado y emocionado a partes iguales. Pero como era más valiente que prudente, se acercó un paso.

- ¿Buenas noches ?-, le habían enseñado que la educación era importante. 
- Buenas noches- dijo el fénix mientras inclinaba la cabeza con solemnidad.

El niño sonrió ampliamente al ver que el ave podía hablar. Su mirada recorrió rápidamente la sala del reloj observándolo todo como si fuera la primera vez. Reparó en que el gran pájaro estaba en un nido aún mayor, hecho con alambres y partes metálicas.

- ¿Qué eres?- preguntó el niño.
- Soy el ave Fénix- contestó mientras el niño asentía con cara de quedar satisfecho con la respuesta pero sin entenderla.

- ¿Y qué haces aquí?. Todo el mundo está fuera celebrando la entrada del año nuevo.
- Me estoy preparando para partir. Soy muy mayor. Mi tiempo acaba con el del año.

Al decir eso, el niño reparó en que al ave le faltaban algunas plumas y que su mirada parecía cansada.

- ¿Quieres decir que te vas a morir?- de pronto el niño se sentía triste.
- Los fénix nacemos con el año nuevo, cogemos fuerzas en invierno, cuando somos jóvenes traemos la primavera, el verano cuando somos adultos y cuando somos ancianos llega el otoño. Nuestra vida termina cuando acaba el año.

-Pero podemos llamar a un médico o algo.
- No estés triste pequeño. Todo en el viaje de la vida son etapas. Hay que seguir adelante. Seguir volando pase lo que pase. Yo cargo con la sabiduría de los míos. Tu vivirás experiencias y eso te hará crecer como persona. Y en eso reside el misterio de la vida. En vivirla.

El niño sorbía por la nariz intentando contener las lágrimas.

- Estoy preparado para marcharme. He vivido todo lo que me tocaba. Es hora de que otros sigan adelante.

Empezaron a sonar las campanadas y la sala retumbaba con cada una de ellas. Una, dos, tres...diez, once y doce.
Desde fuera llegaban gritos de “Feliz año” y “Próspero año nuevo”

- Adiós pequeño. Disfruta la vida que tienes por delante. Saborea cada sorbo como si fuera el último y cuando te llegue el fin como a mí, lo harás con una sonrisa. Gracias por no dejarme sólo en mi ocaso. Adiós.

Entonces empezó a relucir con intensidad despidiendo un calor intenso como si fuera un horno. Las plumas fueron cayéndose y poco a poco fue desintegrándose hasta no ser más que un montón de cenizas de purpurina.

Cuando acabó, el niño se acercó al nido y no pudo contener más las lágrimas. Pues a pesar de no haber conocido mucho tiempo al fénix la pena y la tristeza que sintió al verlo morir le hicieron derramarlas.

Las lágrimas cayeron en las cenizas dejando al descubierto un pequeño huevo de oro bruñido que eclosionó liberando a un polluelo que tenía el plumaje del amanecer de un nuevo día y  los enormes ojos como el cielo despejado de verano.

Fuera, el cielo se iluminaba por los fuegos artificiales.