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lunes, 31 de octubre de 2016

Calabazas (relato)

El sol ya no calienta como en verano. Las hojas caen de los árboles. La melancolía reina en el mundo. El recuerdo por los que ya no nos acompañan flota en el aire. Todo es más gris. Más oscuro. Los días se hacen cortos. El viento huele a castañas asadas. La gente prepara disfraces terroríficos. Todo se adorna con murciélagos, esqueletos, fantasmas y brujas.

Calabazas. 

Calabazas por todas partes.

Cada vez que las miro recuerdo a aquella niña de cabello como las hojas que resisten en los árboles. Recuerdo a aquella niña que tenía pequitas alrededor de la nariz. Recuerdo a aquella niña por la que suspiraba.

Recuerdo como después de reunir mucho valor me acerqué a ella con mi cucurucho de castañas asadas para compartir. Decidido a confesarle mis sentimientos mientras las hojas caían a nuestro alrededor. Era un momento romántico donde dos jóvenes podrían compartir emociones y si todo salía bien hasta un beso. Un beso de los que nunca se olvidan. De aquellos que se graban a fuego en el alma.

Recuerdo ver una de esas calabazas con sonrisa traviesa mirándome mientras me acercaba a ella. 

Me senté a su lado y ella me miró con esos ojos tan intensos como la madera barnizada. Unos ojos capaces de robarme una parte de mí y perderla para siempre.

Tembloroso le ofrecí las castañas. Ella me correspondió con una sonrisa. 

¿Alguna vez has estado tan enamorada o enamorado como para pensar que podrías morir por ese sentimiento?

Yo me sentía así. Me sentía morir de amor.

A ella le brillaban los ojos de una manera especial. Se mordía el labio de esa manera que me hacía perder la cabeza. 

A mí se me iba a salir el corazón por la boca. 

La amaba. 

La miré a los ojos y ella me miró a mí. 

Nos sonreímos. 

Le cogí la mano y ella me la acarició.

Ella abrió ligeramente la boca y yo me acerqué. 

La bese y ella…

Calabazas. Calabazas por todas partes. 

Después aquello ella se marchó para no volver.

El  recuerdo de aquella niña viene a mí cada año en estas fechas. 

Ella lo era todo para mí. 

Era.

Ahora miro a las calabazas. 

Siguen riéndose.

Ahora sé que no es de mí de quién se reían. Se ríen de ver la vida pasar. 

Y es que la vida es para tener una sonrisa en la cara. 

Así que ahora hago como las calabazas y sonrío.

Sonrío ante los recuerdos. 

¿Qué habrá sido de aquella niña de cabellos de otoño?

Sonrío. 

Calabazas. Calabazas por todas partes. 


 
Imagen extraída de: © Depositphotos.com/KlausKaulitzki

lunes, 22 de diciembre de 2014

Feliz Navidad (artículo)

Como cada año por estas fechas ya tenemos encima las fiestas de Navidad. Esas fechas mágicas donde la gente se echa a la calle a pesar del mal (o buen) tiempo que haga.

Son pocos días que pasan muy rápido, que a veces y contra más mayor nos hacemos, se hacen muy largos y pesados.

Cada uno vive las fiestas de una manera particular, pero todos tenemos momentos en los que experimentamos lo mismo. Por eso voy a explicar que es para mi la Navidad.

La Navidad es ver las calles iluminadas por un millar de luces que rivalizan con las estrellas del firmamento. Miles de estrellas rojas emparejadas iluminan las carreteras en lenta procesión cada una hacía un nacimiento diferente. Y es que los atascos son habituales en estas fechas tan señaladas e imposibles de esquivar. Un trayecto de 10 min. puede convertirse en toda una odisea digna de una tragedia griega.

Son momentos para compartir. Sentir el calor humano. Saber que no estas sólo. Que a tu alrededor hay mucha más gente de la que puedas contar. Todas con los mismas ideas y sentimientos, la misma algarabía y juvilosidad (palabra inventada) propia de las “fiestas”. Y es que las calles están tan abarrotadas que no se puede prácticamente caminar. Todo el mundo con prisas (el tan consabido estrés) que nos deleitan con las mejores carreras del año nunca vistas en GP.

Es un tiempo para pensar en los demás. Cumplir sus sueños y hacerlos felices. Dar sorpresas esperadas y si es posible alguna inesperada que con cierto atino y suerte puede ser agradable.
Tiempo de dejarse la paga extra en regalos, pues para eso nos la dan, algunos de ellos útiles y realmente deseados pero que en su mayoría no pasan de los típicos clichés.
Perfumes, ropa, juguetes, calcetines (¿porqué siempre se regalan calcetines?) y hasta dinero, súmmum de la originalidad.

Son fechas para estar con la familia. Reencontrarse con los seres queridos que están lejos. De hacer realidad los tan melosos y edulcorados anuncios de la tele. Donde la fraternidad, el amor y la felicidad rebosan de las casas. ¡¡Pero si hasta en los bares te guardan un décimo premiado con tropecientos mil euros que no has comprado!!. Son fechas para aguantar a la prima estirada, al tío graciosillo, al cuñado fantasma y a todo el elenco de Pesadilla antes de Navidad.

Fechas de hacer reuniones alrededor de mesas repletas y repletas de comida que solo comes una vez al año, en Navidad. Donde el alcohol, la comida y demás excesos campan a sus anchas entre todos los invitados (o autoinvitados) celebrando el nacimiento de un tío que hace ya nosecuantos años se sacrificó para que nosotros podamos seguir pecando.
Gracias macho. Haré un brindis en tu honor. Es lo mínimo que te mereces.

Las Navidades, que gran invento comercial.

Pero voy a dejar de lado toda mi ironía y mi cinismo adulto (me será difícil).

Se me otorgó un don al nacer (a veces una maldición) que voy a utilizar. El don de la buena memoria.

Recuerdo vívidamente  como eran para mi las navidades cuando era niño.
Como mis pequeños ojos se abrían al ver las grises calles de la ciudad llenas de luces multicolores. Como mi casa se llenaba con los adornos que se iban coleccionando año tras año pues eran tiempos mucho más humildes. Como me sentaba a ver los programas especiales de navidad destinados a los chiquillos y como deseaba todos los juguetes que anunciaban y jamás tendría.

Recuerdo ir a pasear con mis padres y sumergirme entre el gentío para hacer colas donde fuera, con una sonrisa en la cara, sin importar el tiempo. Ver a algún Santa Claus dando caramelos y sentir una felicidad inusitada al recibir un par de dulces.

Recuerdos de reuniones familiares donde se junta la familia que casi no ves durante el año. Donde no paras de jugar con tus primos. Donde aprendes el significado de conceptos como primo segundo por parte de madre y donde te das cuenta que tu familia es mucho más grande de lo que pensabas.
Reuniones donde comes cosas que están vedadas durante el resto del año y que esperas con ansias porque son los manjares más selectos y exclusivos que tu infantil paladar pueda probar.

Y como olvidar esa noche en vela. Donde la emoción no te deja dormir porque sabes que unos reyes legendarios te dejarán regalos a los pies de tu cama. Una noche que llevas un año esperando. Donde la ilusión ha ido creciendo en los últimos días mientras escribías la carta, montabas el belén, veías la cabalgata y soñabas, sobretodo soñabas con lo que te traerían.
Pues es la espera lo que hace grande esa noche. Algo que llevas mucho tiempo deseando hace que el momento final sea tan mágico.
Esa noche no puede olvidarse fácilmente, al menos no debería olvidarse.

Pues en cada una de las cosas que he descrito reside la verdadera esencia de estas fiestas.

El tan valorado espíritu navideño.

Es cierto que contra más mayores nos hacemos es más difícil sentirlo. Y ese es el motivo por el que hay que esforzarse.

Son pocos días al año. Pero son días con una magia especial. En tus manos está vivirla.

Deja que el niño que llevas dentro disfrute.

Feliz Navidad.


jueves, 5 de junio de 2014

De mayor quiero ser un fraggle rock (artículo)

Últimamente me ha dado por pensar como seré cuando sea mayor. Más mayor que ahora. Vamos, cuando sea un anciano.
Un anciano calvo (más calvo) arrugado y con los bolsillos llenos de caramelos de menta y Viagra (espero no equivocarme de bolsillo).

Según mi observación empírica realizada en parques, obras, fiestas de pueblo, etc, existen varios tipos (o categorías)  de persona mayores.

Tenemos por un lado a los Caminantes. Estos se dedican en su día a día a pasear sin rumbo fijo en busca de cerebros que devorar como zombis hambrientos con dentaduras postizas.
Se conoce que pueden juntarse en manadas y desplazarse a velocidades vertiginosas de unos 2km/hora. 
También parecen tener un vago sentido del miedo. Este hecho es evidente cuando en su deambular se encuentran con una carretera, la cual cruzan sin mirar y por cualquier parte sin que les importe lo más mínimo que haya tráfico, lluvia, nieve o un desfile militar con caballos y cabra incluida.

Luego están los Plantados. Son facilmente reconocibles porque suelen colonizar los bancos de los parques, muchas veces en grupo, con el fin de realizar la fotosíntesis. Si se comete el error de acercarse y sentarse en un banco junto a un plantado, uno se verá sometido a una charla interminable sobre cualquier tema del siglo pasado. Advertencia: da igual que se hagan oídos sordos, seguirá y seguirá hablando sin parar hasta que se abandone el banco. Es su manera de defender su territorio.

También tenemos a los denominados Old Green. Son aquellos que bajo su disfraz de anciano cariñoso, cual santa claus, babean al mirar a las jovencitas (o jovencitos) pasar mientras se les dibuja una sonrisa de Sátiro en la cara con la mano metida en el bolsillo del pantalón.
Se les puede reconocer porque no pueden soportar hacer chistes picantes (verdes, de ahí su autodenominación) mientras el aire se les escapa cuando ríen, cual perro Pulgoso, amenazando con lanzar la dentadura postiza como un mortal bumerán capaz de matar al que tenga delante y al propio Old Green cuando haga el efecto retorno.

Y por último están los del tipo Fraggle rock. Los ancianos fraggle son aquellos que a pesar de no tener ni un solo diente se ríen con la boca de par en par mientras miran al cielo y menean todo el cuerpo como sí fueran un muñeco de trapo.
Los mayores fraggle se dedican a mirar las obras de los curris (los pequeños seres que construían estructuras en las cuevas en la mítica serie) para dar consejos a voz en grito alardeando de gran experiencia en el mundillo de la construcción aunque no hayan puesto un puto tocho en toda su  vida.
Los ancianos fraggle se toman sus 17 putas pastillas todas juntas como sí fueran un chupito de tequila para luego tirar el vasito de plástico al suelo, pisarlo y levantar los brazos para chocar los 5 con sus compañeros de residencia como campeones.
Un jubilado fraggle es el que se va a todos los viajes del inserso que puede; montado en el autocar cantando a pleno pulmón como sí estuviera en un concierto.
Un auténtico anciano fraggle rock es aquel que de camino a Benidorm canta aquello de: 
"Vamos a jugar, clack clack, tus problemas déjalos.
Para disfrutar, clack clack, ven a fraggle rock."

Después de pensarlo durante mucho tiempo (un par de segundos sí llega), lo tengo clarísimo.

De mayor quiero ser un fraggle rock.