domingo, 28 de diciembre de 2014

Historia de dos pollitos (cuento)

Había una vez dos pollitos que a pesar de no ser de la misma madre eclosionaron al mismo tiempo. Desde que salieron de sus huevos siempre estaban juntos. Jugaban juntos, comían juntos y hasta dormían juntos. Nunca se separaban. 

Un buen día, mientras el sol estaba en los alto, los dos pollitos picoteaban pienso juntos. 

-Pío- dijo uno de ellos.  
-Haz lo que quieras. 

Próximamente la continuación de Historia de dos pollitos donde uno de ellos va a comer y dice:

-Pienso- y el otro contesta.
-Luego existo.



Feliz 28 de diciembre. Feliz día de los Santos Inocentes. 



miércoles, 24 de diciembre de 2014

Noche de paz. Noche de amor (relato)

Era la noche de Nochebuena.  Las calles brillaban con las luces navideñas. Nadie paseaba, estaban vacías mientras las familias disfrutaban de la cena con sus seres queridos. Nevaba. Sería una blanca navidad para todos.

Mientras todos estaban felices y calentitos en sus casas yo estaba en el coche patrullahelándome el culo. Odio las guardias nocturnas. Más cuando caen en días festivos. Más cuando es en Navidad. Y más cuando las tienes que hacer solo. Putos recortes.


La noche transcurría sin apenas incidentes. Algún que otro borracho pero nada más. Entonces me llegó por radio el aviso.

Un 10-14. Unos vecinos se quejaban de unos gritos provenientes de la casa de al lado. Algunos se estaban pasando con la efusividad de la fiesta. Nada serio.


Era el que estaba más cerca de la casa y tarde muy poco en llegar. Era una gran casa, con una fachada beis y blanca, con un jardincito muy cuidado y en muy buen estado. Gente de bien.


Me bajé del coche y la noche me dió un helada bofetada. Que puta gran noche.


La casa estaba decorada con luces de colores y figuras de renos luminosos y sonrientes en el jardín. Recuerdo pensar “Los renos sonríen”. Me dieron mal rollo. Odio estas putas fiestas.


Me acerqué al portal sin quitarle ojo a los siniestros y sonrientes renos. Llamé al timbre del portal y me di cuenta de que la puerta estaba abierta.

La abrí levemente. El calor y el olor a cena navideña me dieron la bienvenida. Creo que dije algo como “Hola, hay alguien ?” y no obtuve ninguna respuesta.


Entré en la casa con la mano puesta en el arma. Entré en el recibidor. Había varios abrigos colgados de un perchero con nieve derritiéndose, así que deduje que al menos habría 6 personas en el hogar.


Escuché un ruido de movimiento que provenía de la cocina así que entré en ella. Un par de piernas se agitaban desde detrás de una mesa. Me acerqué a socorrer a la persona pero cuando pude verla entera me di cuenta de que tenía la cabeza aplastada como si alguien muy grande la hubiera machacado con algo contundente y pesado.


Se me quitaron las ganas de cenar. La pobre abuela llevaba un suéter con un rollizo santa claus sonriente. No lo haría si viera la papilla del suelo.


Desenfundé el arma. Pedí refuerzos por la radio y me dirijí hacia el comedor.

Mientras caminaba hacia allí me parecía oír una vocecilla que cantaba: “ Noche de paz. Noche de amor. Todo duerme en derredor...”


Lo que vi en el comedor quebrantaría la mente de cualquier persona. Los cuerpos de unas 7 personas adultas estaban descuartizadas de las maneras más brutales posibles. Las paredes estaban salpicadas con sangre. En la chimenea chisporroteaban los corazones ensartados como un espeto macabro. El árbol estaba decorado con las entrañas de la familia.


Vomité. Café sobretodo. No tenía nada más en el estómago.


“Noche de paz. Noche de amor. Ha nacido el niño Dios...”


La canción consiguió que recuperara el sentido. Parecía venir de detrás del árbol. Me acerqué prudentemente apuntando con mi arma. Escondida, abrazándose las piernas con los brazos había una niña rubia de unos 9 años. Ella era la que cantaba.


Me acerqué aún más. Con voz suave y tranquilizadora le dije que no se preocupara que los buenos ya estaban en camino y que viniera conmigo. Ella me miró. Tenía los ojos rojos de tanto llorar y parecía ida. Le tendí mi mano y al poco me la dió. La saqué de detrás del árbol y la cogí en brazos.

Le pregunté que había pasado y me dijo que un hombre malo, grande y vestido de rojo había bajado por la chimenea y los había matado a todos.


Un puto loco disfrazado de santa claus ha destrozado a esta gente. Odio la navidad. 

Cuando estábamos a punto de abandonar la sala, la niña empezó a moverse y a gritar con pánico en la voz. Al final no sí caímos y apunte mi arma contra lo que sea que había visto la niña a mi espalda.


Entonces fue cuando lo oí. El sonido más terrorífico que he escuchado en toda mi vida. Una risa.


Una risa cruel y desalmada, como si tuviera la garganta llena de flemas y la profundidad del Pozo.

Pero al girarme recuerdo solo ver a la niña tirada de rodillas delante de mi mirándome.


Me miraba ida. Y me sonreía de manera bobalicona. Hasta que su sonrisa se ensanchó cada vez más hasta tener una longitud inhumana. Recuerdo que me vino el Joker a la cabeza. Pero el Joker no tiene los dientes triangulares y afilados como los de un tiburón. La niña si los tenía.


De repente salto 5 metros tan rápido que no me dió tiempo a reaccionar y aterrizó sobre mi pecho. Grité de dolor cuando sus dedos que eran garras de 10cm me perforaban los hombros.

Su aliento hedía a descomposición, muerte y corrupción. Sus ojos eran pozos negros de pura maldad. Su asquerosa risa flemática articulaba palabras extrañas.


Aquello no era una niña. Ya no. Apreté los dientes. Me obligué a mover el brazo a pesar del dolor y vacié el cargador en el pecho de la puta niña del demonio.


Calló a mi lado. Entonces empezó a hablar como la niña que era. Decía que ella no quería hacerlo. Que ellos entraron en su cuerpo y la obligaron a hacer cosas. Cosas terribles. Que había leído una historia por Internet y que desde ese momento ellos entraron dentro.


Entonces reptó por el suelo como una jodida serpiente y con sus afilados dientes me partió la pierna izquierda. Caí al suelo mientras me masticaba la pierna. No me quedaban balas.


El dolor era insoportable. Y recuerdo ver un maldito adorno de santa claus. Entonces me acordé de la vieja de la cocina. Cogí fuerte mi arma y empecé a golpear la cabeza de la niña con todas mis fuerzas. Una, dos, tres veces. Tantas hasta que el brazo parecía que se me iba a caer. 


Soltó mi pierna. Me arrastré hacia la puerta como pude. No tardarían en llegar mis compañeros.


Cuando casi estaba fuera del comedor. La niña me habló. Me dijo que ellos le habían dicho que al contar su historia ella se libraría de la maldición y esta pasaría a aquel que la escuchara o leyera.


Me rescataron mis compañeros. Pasé un año de baja por estrés post-traumático. Desde aquello he descuartizado a más de 30 personas. Pero ya estoy agotado. No puedo aguantarlo más. Por eso te cuento mi historia.

Ellos entrarán en ti. La maldición es tuya.


lunes, 22 de diciembre de 2014

Feliz Navidad (artículo)

Como cada año por estas fechas ya tenemos encima las fiestas de Navidad. Esas fechas mágicas donde la gente se echa a la calle a pesar del mal (o buen) tiempo que haga.

Son pocos días que pasan muy rápido, que a veces y contra más mayor nos hacemos, se hacen muy largos y pesados.

Cada uno vive las fiestas de una manera particular, pero todos tenemos momentos en los que experimentamos lo mismo. Por eso voy a explicar que es para mi la Navidad.

La Navidad es ver las calles iluminadas por un millar de luces que rivalizan con las estrellas del firmamento. Miles de estrellas rojas emparejadas iluminan las carreteras en lenta procesión cada una hacía un nacimiento diferente. Y es que los atascos son habituales en estas fechas tan señaladas e imposibles de esquivar. Un trayecto de 10 min. puede convertirse en toda una odisea digna de una tragedia griega.

Son momentos para compartir. Sentir el calor humano. Saber que no estas sólo. Que a tu alrededor hay mucha más gente de la que puedas contar. Todas con los mismas ideas y sentimientos, la misma algarabía y juvilosidad (palabra inventada) propia de las “fiestas”. Y es que las calles están tan abarrotadas que no se puede prácticamente caminar. Todo el mundo con prisas (el tan consabido estrés) que nos deleitan con las mejores carreras del año nunca vistas en GP.

Es un tiempo para pensar en los demás. Cumplir sus sueños y hacerlos felices. Dar sorpresas esperadas y si es posible alguna inesperada que con cierto atino y suerte puede ser agradable.
Tiempo de dejarse la paga extra en regalos, pues para eso nos la dan, algunos de ellos útiles y realmente deseados pero que en su mayoría no pasan de los típicos clichés.
Perfumes, ropa, juguetes, calcetines (¿porqué siempre se regalan calcetines?) y hasta dinero, súmmum de la originalidad.

Son fechas para estar con la familia. Reencontrarse con los seres queridos que están lejos. De hacer realidad los tan melosos y edulcorados anuncios de la tele. Donde la fraternidad, el amor y la felicidad rebosan de las casas. ¡¡Pero si hasta en los bares te guardan un décimo premiado con tropecientos mil euros que no has comprado!!. Son fechas para aguantar a la prima estirada, al tío graciosillo, al cuñado fantasma y a todo el elenco de Pesadilla antes de Navidad.

Fechas de hacer reuniones alrededor de mesas repletas y repletas de comida que solo comes una vez al año, en Navidad. Donde el alcohol, la comida y demás excesos campan a sus anchas entre todos los invitados (o autoinvitados) celebrando el nacimiento de un tío que hace ya nosecuantos años se sacrificó para que nosotros podamos seguir pecando.
Gracias macho. Haré un brindis en tu honor. Es lo mínimo que te mereces.

Las Navidades, que gran invento comercial.

Pero voy a dejar de lado toda mi ironía y mi cinismo adulto (me será difícil).

Se me otorgó un don al nacer (a veces una maldición) que voy a utilizar. El don de la buena memoria.

Recuerdo vívidamente  como eran para mi las navidades cuando era niño.
Como mis pequeños ojos se abrían al ver las grises calles de la ciudad llenas de luces multicolores. Como mi casa se llenaba con los adornos que se iban coleccionando año tras año pues eran tiempos mucho más humildes. Como me sentaba a ver los programas especiales de navidad destinados a los chiquillos y como deseaba todos los juguetes que anunciaban y jamás tendría.

Recuerdo ir a pasear con mis padres y sumergirme entre el gentío para hacer colas donde fuera, con una sonrisa en la cara, sin importar el tiempo. Ver a algún Santa Claus dando caramelos y sentir una felicidad inusitada al recibir un par de dulces.

Recuerdos de reuniones familiares donde se junta la familia que casi no ves durante el año. Donde no paras de jugar con tus primos. Donde aprendes el significado de conceptos como primo segundo por parte de madre y donde te das cuenta que tu familia es mucho más grande de lo que pensabas.
Reuniones donde comes cosas que están vedadas durante el resto del año y que esperas con ansias porque son los manjares más selectos y exclusivos que tu infantil paladar pueda probar.

Y como olvidar esa noche en vela. Donde la emoción no te deja dormir porque sabes que unos reyes legendarios te dejarán regalos a los pies de tu cama. Una noche que llevas un año esperando. Donde la ilusión ha ido creciendo en los últimos días mientras escribías la carta, montabas el belén, veías la cabalgata y soñabas, sobretodo soñabas con lo que te traerían.
Pues es la espera lo que hace grande esa noche. Algo que llevas mucho tiempo deseando hace que el momento final sea tan mágico.
Esa noche no puede olvidarse fácilmente, al menos no debería olvidarse.

Pues en cada una de las cosas que he descrito reside la verdadera esencia de estas fiestas.

El tan valorado espíritu navideño.

Es cierto que contra más mayores nos hacemos es más difícil sentirlo. Y ese es el motivo por el que hay que esforzarse.

Son pocos días al año. Pero son días con una magia especial. En tus manos está vivirla.

Deja que el niño que llevas dentro disfrute.

Feliz Navidad.


domingo, 14 de diciembre de 2014

En honor a Edgar Allan Poe (selección de microrrelatos)


Mr. Pepper
La madre se acerca preocupada a la habitación de su hija. Ha vuelto a desmembrar sus muñecas.
-¿Por qué le has hecho eso otra vez a tus juguetes?
La niña se gira con su cara angelical y dice:
-Mr. Pepper me ha dicho que tenía que castigarlas por portarse mal, mamá.
-Ya hemos hablado de eso. El doctor te dijo que Mr. Peters o como se llame no existía. Así que deja de hablar de él y empieza a comportarte como una niña normal.
La niña niega con la cabeza y le hace gestos a alguien detrás de la madre hasta que por fin dice:
-Lo siento mamá. Te has portado muy mal.
-Te he dicho que no hables de...
La puerta del cuarto se cierra de golpe tras la madre. 

Comida a domicilio
Llamaron a la puerta de casa. La pizza había llegado.
Jennifer se acercó a mirar por la mirilla. Vio al pizzero y un escalofrío le recorrió la espalda.
El tipo tenía una pinta inquietante con aquella sonrisa lobuna y la ridícula gorra de repartidor.
Volvió a llamar a la puerta. Esta vez con los nudillos y ella se sobresaltó y se apartó de la puerta.
No podía esperar a que Jason saliera de la ducha para que pagara la pizza. Se burlaría de ella.
Abrió la puerta con el dinero en la mano. Le entregó el pedido a cambio del dinero.
Ella cerró la puerta con alivio al perder al extraño repartidor de vista pero la puerta no se cerró del todo.
Se abrió de un portazo lanzando a Jenni al suelo mientras el tipo lanzaba la gorra, dejaba a la vista unos dientes afilados y decía:
-Yo también tengo hambre.

Bobby
Me despierto sobresaltado. Todo está oscuro en mi habitación. Está lloviendo fuera. Habrá sido un trueno.
Me vuelvo a tumbar con el corazón latiendo con fuerza. Escucho un ruido abajo. La portezuela.
No puede ser. Bobby está atado fuera. Papá lo amarró bien por haberme mordido.  
Me asomo a la ventana. No veo bien la caseta. El jardín está oscuro.
Un relámpago lo ilumina todo. La cadena está rota. No.
Me doy la vuelta para cerrar la puerta de mi cuarto rápidamente. Cuando me acerco a ella veo dos ojos que brillan en la oscuridad. Dos ojos hambrientos. Escucho un gruñido bajo. Y veo como se abalanza.  
Cierro la puerta y pongo mi espalda contra ella para bloquearla.
El primer golpe casi me lanza despedido. Luego vienen dos o tres más.
Escucho como araña la puerta y la muerde. Oigo como la madera se rompe bajo sus garras y sus fauces.
Lloro. No tardará en entrar a por mi.

Uno de estos microrrelatos lo encontrarás en el libro "Homenaje a Edgar Allan Poe" publicado por la editorial ArtGerust.

              http://www.artgerust.com/libro/150-microrrelatos-terror-poe/4560






lunes, 8 de diciembre de 2014

El Niño y el Fénix (cuento)


Faltaba poco para que el año llegara a su fin. La gente se arremolinaba en la plaza a la espera de que el reloj marcara las 12.

El niño se escabulló de sus padres. Entre tanta gente fue fácil alejarse sin que se dieran cuenta. Quería subir hasta lo alto de la torre, hasta el reloj. Desde allí podría ver bien los fuegos artificiales.

Se coló por un pequeño hueco y empezó a subir. Estaba cansado de subir tantas escaleras pero no se dio por vencido. Por fin llegó a la zona donde se veían los engranajes.

Todas esas piezas hacían tic tac, click clock. El niño se maravilló al contemplar la máquina que marcaba el paso del tiempo. Y mientras miraba ensimismado como se movían, tropezó.

Tropezó con algo grande cayendo al suelo. Se levantó limpiándose el polvo y entonces lo vio.

Vio un ave. Un gran ave con el plumaje como el sol cuando se pone en invierno. Que irradiaba un calor parecido al que uno siente cuando esta frente a la estufa o tapado con una manta, el calor que se siente en el hogar de uno. Suave y acogedor.

El ave alzó lentamente su cabeza. Su cuello lanzaba destellos cálidos que relucían entre las piezas de la maquinaria. Abrió los ojos de manera somnolienta. Unos ojos de hielo virgen que se posaron sobre el niño.

El pequeño estaba asustado y emocionado a partes iguales. Pero como era más valiente que prudente, se acercó un paso.

- ¿Buenas noches ?-, le habían enseñado que la educación era importante. 
- Buenas noches- dijo el fénix mientras inclinaba la cabeza con solemnidad.

El niño sonrió ampliamente al ver que el ave podía hablar. Su mirada recorrió rápidamente la sala del reloj observándolo todo como si fuera la primera vez. Reparó en que el gran pájaro estaba en un nido aún mayor, hecho con alambres y partes metálicas.

- ¿Qué eres?- preguntó el niño.
- Soy el ave Fénix- contestó mientras el niño asentía con cara de quedar satisfecho con la respuesta pero sin entenderla.

- ¿Y qué haces aquí?. Todo el mundo está fuera celebrando la entrada del año nuevo.
- Me estoy preparando para partir. Soy muy mayor. Mi tiempo acaba con el del año.

Al decir eso, el niño reparó en que al ave le faltaban algunas plumas y que su mirada parecía cansada.

- ¿Quieres decir que te vas a morir?- de pronto el niño se sentía triste.
- Los fénix nacemos con el año nuevo, cogemos fuerzas en invierno, cuando somos jóvenes traemos la primavera, el verano cuando somos adultos y cuando somos ancianos llega el otoño. Nuestra vida termina cuando acaba el año.

-Pero podemos llamar a un médico o algo.
- No estés triste pequeño. Todo en el viaje de la vida son etapas. Hay que seguir adelante. Seguir volando pase lo que pase. Yo cargo con la sabiduría de los míos. Tu vivirás experiencias y eso te hará crecer como persona. Y en eso reside el misterio de la vida. En vivirla.

El niño sorbía por la nariz intentando contener las lágrimas.

- Estoy preparado para marcharme. He vivido todo lo que me tocaba. Es hora de que otros sigan adelante.

Empezaron a sonar las campanadas y la sala retumbaba con cada una de ellas. Una, dos, tres...diez, once y doce.
Desde fuera llegaban gritos de “Feliz año” y “Próspero año nuevo”

- Adiós pequeño. Disfruta la vida que tienes por delante. Saborea cada sorbo como si fuera el último y cuando te llegue el fin como a mí, lo harás con una sonrisa. Gracias por no dejarme sólo en mi ocaso. Adiós.

Entonces empezó a relucir con intensidad despidiendo un calor intenso como si fuera un horno. Las plumas fueron cayéndose y poco a poco fue desintegrándose hasta no ser más que un montón de cenizas de purpurina.

Cuando acabó, el niño se acercó al nido y no pudo contener más las lágrimas. Pues a pesar de no haber conocido mucho tiempo al fénix la pena y la tristeza que sintió al verlo morir le hicieron derramarlas.

Las lágrimas cayeron en las cenizas dejando al descubierto un pequeño huevo de oro bruñido que eclosionó liberando a un polluelo que tenía el plumaje del amanecer de un nuevo día y  los enormes ojos como el cielo despejado de verano.

Fuera, el cielo se iluminaba por los fuegos artificiales.


domingo, 23 de noviembre de 2014

Campo de entrenamiento los 80's (artículo)


Cada generación tiene algo que la distingue del resto. Cada persona que ha vivido en un período de tiempo concreto esta preparada para afrontar los desafíos que se le plantean en un futuro no muy lejano.
A nosotros se nos preparó para sobrevivir al fin del mundo.

Todo aquel que haya vivido en los 80 (y principios de los 90) sabe a lo que me refiero. Sabe que somos una generación de supervivientes natos capaces de perpetuar la especie. Aptos para sobrevivir a las calamidades que se presenten.

Hemos sido entrenados en los 80's.

Nuestra generación fue entrenada para alimentarse de cualquier cosa con cualquier sabor y disfrutarlo como si fuera todo un acontecimiento social. Si no me creéis como se pueden explicar las miles y miles de chucherías raras y extrañas a las que fueron sometidos nuestros paladares.
Había picapicas que cada vez picaban más y más, hasta el punto que parecía que te saldría el fuego de pecho de Mazinger Z.
O dulces con sabores tan raros que la cara se te ponía como a Sloth , el feo de los Goonies.
Y no me hagáis hablar de los helados de pitufo. De que cojones los hacian?! Como son capaces de crear un helado azul con un sabor tan, tan, tan...indeterminado. Y casi mejor no quiero saberlo. Pobres pitufos.

Otra parte importante fue el entrenamiento sensorial y mental. Como se pusieron a prueba nuestras mentes juveniles e infantiles y nuestros sentidos frente a horas y horas de televisión. Me estoy refiriendo concretamente a los dibujos animados.
Aquellos dibujos que hablaban con un acento raro que no era de ningún lugar de este país(aún). Con tíos musculados que invocaban el poder de playscool o algo así. Que tenían unos efectos especiales capaces de provocarnos crisis epilépticas o de hacer que nos picaran los ojos por dentro.
Luego llegaron los dibujos japoneses.
Cuantos de nosotros nos hemos roto los huesos intentando hacer un chilena en el parque de adoquines de al lado de casa. O hemos realizado un Kame kame ha (onda vital allende las terres del drac) y un meteoro de pegaso para masacrar a nuestros amigos y allegados.
Cuantos compañeros he visto morir intentando hacer una Catapulta Infernal. Cientos y cientos. Ahora entiendo el nombre de la catapulta.

Pero el entrenamiento no estaría completo sin un lugar adecuado para perfeccionarlo y purgar a los especímenes más débiles. Un lugar con obstáculos mortales destinado a crear espartanos de nueva generación.
Un parque.
Porque así eran los parques. Verdaderas pistas americanas de la muerte donde uno tenia que sortear jeringuillas, deposiciones caninas (mierdas de perro para aquellos que habéis hecho la ESO) o subir a los alto de castillos de metal oxidado donde cualquier corte, herida o pinchazo era curado por uno mismo administrándose una buena dosis de saliva en la zona afectada. No hay cura mejor. Que los mismo servia para curarte que para limpiarte los churretes de mierda de tanto jugar y jugar.

Eso si. Teníamos todo el equipo que necesitábamos para tal actividad física. Pantalones cortos. Tan cortos que ahora nos parecen “ridículots”.
O cuando el frío arreciaba, chándals de Tactel. Que uno se pensaba que llevaba un uniforme de cazafantasma, (y mira que cuando meábamos casi nunca cruzábamos los rayos) jóvenes ilusos . Los chándals más horrendos que el ser humano ha podido y podrá confeccionar nunca.
Estas ropas estaban creadas especialmente para que sus portadores no pudieran perderse, funcionando incluso de noche, como los putos gusiluz.
Otro de sus cometidos era asustar a las bestias que se acercaran y por eso eran feos de cojones. No hay león (o thundercat) que no se sienta confundido ante tal visión monstruosa. Por no hablar de los complementos como la gorra visera o la riñonera. Joder, que parecía que íbamos disfrazados de Doraemon (está claro que Doraemon es un yonki ochentero).

Todo esto y más (que me dejo para otro artículo) nos convierte en los más preparados para sobrevivir a los zombis, las pandemias, los asteroides, las crisis, la corrupción y los días sin iva.

Si no has vivido en esta generación no te lo pienses, regresa del futuro y vívela.

Sobrevivirás.

Habrás sido entrenado en los 80's.











domingo, 16 de noviembre de 2014

Búnker (relato)

Dicen que el mundo se fue a la mierda. La humanidad fue una inútil y lo mandó todo al traste. Todos fueron aniquilados. Un cataclismo natural, una guerra, una epidemia. Todo ello ocurrió como consecuencia de lo anterior y sin importar el orden. O al menos eso es lo que recuerdan. Los que recuerdan...

Dicen que han pasado 100 años desde entonces, puede que 200. Que más dará.
El mundo se ha recuperado de sus heridas. Las ciudades no son más que un montón de ruinas ocultas bajo la vegetación. Los animales corren libremente por todas partes recordándonos que somos nosotros los que están en peligro de extinción.
Dicen que: “El paraíso bíblico que nunca debió mancillarse se alza de nuevo sobre las cenizas de la humanidad”.
Menuda mierda de frase.

Tengo pocos recuerdos del despertar. De antes aún menos...
Recuerdo escuchar una especie de pitido. Ver un piloto rojo y una luz cegadora. Inhalar aire y toser. Toser mucho.
Me costó mucho acostumbrarme a la luz.
Recuerdo intentar andar y caerme. Y la luz se apagó.

Me desperté y no estaba solo. Había más. Más como yo. Eramos 24 entre niñas y niños. Unos pocos más mayores que yo. Los demás más pequeños.
Todos estábamos confundidos. No entendíamos nada. No nos conocíamos. No sabíamos nada.
Algunos sabían sus nombres y tenían recuerdos. Otros no teníamos ni eso.
Lo único que todos recordamos era despertar en una especie de cápsula y dirigirnos hacia la luz que entraba por la puerta.
Recuerdo que muchos nos mirábamos con extrañeza, mezcla de curiosidad y temor. Unos pocos empezaron a hablar. Preguntaban nombres y edades. Hacían recuento. Ponían en común los recuerdos que tenían.
Otros lloraban y algunos los reconfortaban.
Yo callaba y observaba.

De eso hace más de 36 días. Ya estamos unidos. Nos conocemos. Muchos han compartido historias, risas y lágrimas. Yo no.
Los que recordaban su nombre son así llamados. Los que no lo recordábamos elegimos uno. En mi caso me lo eligieron entre todos. Dicen que soy muy callado y reservado. Que me cuesta abrirme y que parece que me escondo detrás de un muro.
Búnker.
Así me llaman desde entonces.
Me parece bien. De ahí es de donde salimos todos. Del búnker.
Decido que me gusta.

Nos hemos organizado. Unos recolectan fruta como los mangos y eso. Otros traen agua del río cercano. Los demás hacen tareas domésticas y unos pocos exploramos el terreno. Yo exploro, así puedo estar solo.

Me gusta ir a las Ruinas. Me gusta pensar como eran antes. Me hace pensar.
Muchos recuerdan a sus familias. Recuerdan sus vidas anteriores. Algunos incluso recuerdan como sus padres les prometieron hacer todo lo posible pasa salvarlos del Fin.
Yo no recuerdo nada. Vacío.

Cada vez que lo intento me invade la soledad. Una soledad muy honda y profunda.
Angustia al sentirme vacío.
Odio sentirme así pero siempre vuelvo para sentirlo.
Es como si mis recuerdos fueran estos sentimientos por no tener recuerdos.

Vuelvo al búnker. Mi hogar.

Escucho risas. Las risas de mis compañeros. Las risas de los míos. Ahora son mi familia.
No conozco a otra. Debería abrir la puerta del Búnker y dejarlos entrar. Tengo miedo de lo que pueda salir si abro la puerta. Aún es pronto.

Escucho más risas. No estoy solo. Nadie debería nunca sentirse solo. Nadie debería estar solo.

Todos están en el río jugando. Me uno a ellos. Reímos y salpicamos. Jugamos.

Somos niños en un nuevo mundo. Un nuevo futuro se abre ante mi y mis compañeros. Tengo que soltarme y dejarme llevar.

El río fluye a nuestro alrededor.

Todo fluye.


sábado, 15 de noviembre de 2014

6 Balas (relato)

El miedo casi no deja que entre oxígeno en mis pulmones, el corazón parece dispuesto a salírseme del pecho. Aprieto la mano y mi hijo reacciona mirándome con temor.
No, no debo dejar que note que estoy aterrorizado. Estamos juntos. Eso es lo importante. Estamos juntos y estamos vivos, no como esas cosas.

Nadie sabe cómo empezó. Al menos yo no lo sé. Solo sé que los muertos caminan entre nosotros. Y que se comen a los vivos. También sé que los que son mordidos por los muertos acaban convirtiéndose en la misma puta cosa.

Todo esto empezó hace tres malditos días y ya no queda casi nadie vivo en la ciudad. Solo están los muertos.
Una ciudad de muertos y yo con mi hijo en medio. Tengo que conseguir salvarlo como sea. Como sea.

Y aquí estamos. Escondidos en la tercera planta de un edificio de apartamentos, sentado contra una pared, con mi hijo en una mano y un revolver que le cogí a un policía en la otra.
El revólver solo tiene 6 balas. Mi hijo solo tiene 6 años.

Y en mi cabeza no para de repetirse una frase de la biblia: “Y al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Nunca se me ha dado bien rezar. No empezaré ahora.

Mierda. Parece que se escuchan ruidos cerca de la puerta.
Le digo a mi hijo que se quede donde está y que no haga ningún ruido.
Me acerco a echar un vistazo por la mirilla. No veo nada. Todo parece en silencio.

De repente se escuchan pasos, pasos que corren por este piso. Y con los pasos alguien jadeando y gritos.
Es alguien vivo.
Cuando me quiero dar cuenta mi hijo está a mi lado pegado a la puerta escuchando.

La persona se acerca hacia nosotros. Parece que huye. Y solo puede huir de los muertos.
No puedo dejar de mirar el pasillo por el agujerito. La persona está muy cerca y no deja de intentar abrir las puertas de todo este piso.
No puedo abrirle. Es demasiado arriesgado. Atraería a los muertos.
El pomo de la puerta se mueve. Está intentando entrar. Me aparto de la puerta dando un gran paso atrás mientras agarro a mi hijo de la mano.
Mi hijo asustado me dice papá en voz alta.
El pomo deja de girar. Silencio.

Alguien grita desde el otro lado de la puerta. Dice que le dejemos entrar. Parece la voz de una mujer. Está viva. Es extraño escuchar una voz de mujer. Y solo han pasado 3 días.
Al ver que no le contestamos intenta abrir la puerta otra vez. Incluso implora y llora.
Le digo a mi hijo mediante gestos que no haga ni caso y que esté en silencio.
Mi hijo llora. Yo me trago las lágrimas.

Al momento la mujer se marcha, o al menos deja de intentar abrir la puerta.
Nos apartamos de la puerta y nos dirigimos a nuestra pared.

La puerta se abre de golpe y una mujer cae al suelo del apartamento. La muy cabrona se ha tirado contra la puerta para entrar. Ha reventado la puerta.

Mi hijo grita del susto. Yo la apunto con la pistola. Ella se levanta y nos mira con una mezcla de desesperación y esperanza. Que mezcla más rara.
Se da cuenta que la estoy apuntando con un arma y se asusta. Pero parece menos asustada aquí que allá fuera.
Empieza a parlotear y a dar gracias a dios por encontrar a alguien vivo. Le digo que se esté quieta donde está.
No me hace caso. Se acerca y sigue parloteando. Parece ser que tenía hijos.
Le acerco el arma y le repito que se esté quieta. Ahora sí que me escucha.
Le digo que solo le voy a hacer una pregunta y que tiene que ser lo más sincera posible. Le digo que si me ha entendido y ella asiente.
Le pregunto que si le han mordido.
Se queda paralizada.
Intenta esconderse la mano izquierda bajo la manga.
Le vuelo la cabeza.
5 balas.

Salgo con mi hijo cogido del brazo al pasillo y veo varias sombras desgarbadas que suben por las escaleras. Mierda, mierda, mierda. La pobre mujer traía compañía.

Salimos corriendo. Solo podemos subir. No hay luz. Los ascensores no funcionan.
Antes de llegar a las escaleras que suben miro para atrás. Los muertos nos siguen.

Subimos uno, dos, tres pisos. Puede que alguno más. No puedo correr más con mi hijo a cuestas.
Busco por el pasillo alguna puerta que se pueda abrir para meternos dentro. Me acuerdo de la mujer de antes intentado hacer lo mismo.
Mi hijo no para de mirar para atrás en dirección a las escaleras.
No ha visto a los muertos pero sabe que están ahí.

Encuentro una puerta abierta y nos colamos dentro.
Intento cerrar la puerta pero está rota. Joder.
Muevo una cómoda para bloquear la puerta. Solo llega hasta medio cuerpo pero puedo poner más cosas mientras los muertos suben.

Miro a mi hijo y solo puedo ver su silueta recortada contra una ventana. Entra mucha luz desde la calle.
Mientras busco algo más que poner en la puerta veo como otra silueta se alza detrás de mi hijo.
No me jodas.
Me acerco a toda prisa y disparo a la silueta más alta.
4 balas
Le doy en el pecho. En el corazón, o eso creo.
La figura cae contra la ventana rompiendo los cristales y sacando medio cuerpo por ella.
Mi hijo aterrorizado corre hacia mí y se agarra a mis piernas.
La anciana, pues ahora la veo mejor, se levanta.
Le falta media cara. Algo se la ha comido.
Tiene un tiro en el pecho, media cara y cristales de gran tamaño clavados en la espalda sobresaliendo por el abdomen.
“Y al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Me viene un recuerdo de mi madre, la abuela de mi hijo. Espero que haya muerto del todo y no tenga que levantarse como esta cosa.
La anciana muerta levanta sus huesudos brazos hacia nosotros. Le pego otro tiro.
3 balas
Vuelve a estar a punto de caer por la ventana. Le pego una patada en el pecho para ayudarla.
Sale despedida hacia el vacío. Me asomo para ver como se estrella contra el pavimento.
Es una gran caída. Unos 6 pisos.
Los muertos de la calle se acercan al cuerpo de la anciana.
Se mueve. La muy hija de puta aún se mueve. Tiene todos los huesos rotos y todavía se arrastra.
La cabeza, no se ha chafado la cabeza. En las películas siempre hay que reventarles la cabeza.

De repente la puerta se mueve. Están intentando abrirla. Ya han llegado. La vieja me ha entretenido demasiado.
Mi hijo pega la espalda a la ventana rota. Yo le agarro fuerte la mano.
Los muertos siguen intentando abrir la puerta. La cómoda empieza a moverse con los empujones.
Unas manos muertas entran y buscan vorazmente algo que agarrar. Muchas más manos aparecen por la abertura.
Miro a mí alrededor buscando una salida o algo grande que pueda bloquear la puerta.
La única salida es una caída de 20 metros a la calle y el mueble del salón es demasiado pesado para moverlo yo solo.

Es demasiado tarde. La puerta se está abriendo. Uno de los muertos ya ha entrado. Intento darle en la cabeza y fallo.
2 balas
Apunto bien y le salto la tapa de los sesos.
1 bala
Cae y deja de moverse. Parece que ahora está muerto del todo. Ya sé cómo se acaba con ellos.
Están a punto de entrar. No tengo balas suficientes para todos.
Joder, joder, joder!!!
La puerta se está abriendo más y más.
Mi hijo esta temblando de miedo. Tengo que conseguir salvarlo como sea. Como sea.
La cómoda cada vez está más separada de la puerta. Los muertos se molestan por entrar pero no tardaran en hacerlo.
Mi hijo me mira llorando buscando que lo salve.
Tengo que salvarlo como sea. Como sea.
Yo lo miro mientras las lágrimas no paran de caer por mi cara.
Le digo que todo saldrá bien y que no tenga miedo.
Me agacho y lo abrazo fuerte.
0 balas
Mi hijo deja caer sus brazos sin vida. Ya no podrán convertirlo en un monstruo.

La cómoda ha sido barrida a empujones. Los muertos entran en tropel al apartamento.
Me levanto y abro los brazos para que vengan a por mí y dejen el cuerpo de mi difunto hijo.
Todas las abominaciones se lanzan a por mí. Noto como me desgarran la carne hasta el hueso. Noto como su maldición me infecta el cuerpo.
Pero todo me da igual porque no hay dolor más grande que el que siento en mi alma.
Al menos no ha sufrido. Yo sufriré por él. He podido salvarlo de la condena de ser un monstruo.
La presión de tantos cuerpos hace que la pared debajo de la ventana ceda.
Caemos al vacío. Solo espero romperme la puta cabeza y reunirme con mi hijo.

“Y al tercer día resucitó de entre los muertos”.


viernes, 1 de agosto de 2014

Agua y sal

Allí estaba ella. Sola. Contemplando el mar.
Las olas bailaban con el viento produciendo una espuma blanca que flotaba en el aire, llevando hasta ella el olor del Mediterráneo.
Agua y sal.
Pero aunque sus ojos miraban el paisaje ella veía otra cosa. Recuerdos.
Recuerdos de momentos felices. Recuerdos de momentos tristes. Recuerdos de momentos compartidos con personas.
Personas que fueron importantes en su vida. Personas que no están. Algunas porque la vida siguió caminos diferentes. Otras porque se enfrió la relación. Y unas pocas porque se les apagó la vida.
En su vida se había cruzado con mucha gente. Pero algunas, unas pocas, se habían ganado un lugar en su corazón. 
Y son estas últimas las que al marcharse dejan una herida.
Una herida en el alma. Una herida difícil de curar. Una herida que hay que lavar y tratar bien.
Agua y sal.
Sólo así dejarán cicatriz. Una cicatriz que seguirá doliendo. 
Marcando el lugar donde el cariño, el amor, la amistad y todos los vínculos se rompieron.
Y mientras recordaba las grandes ausencias, sus ojos vertían lágrimas. 
Pues las despedidas son tristes pero los recuerdos de las personas que no están cerca son amargos.
Tan amargos que se le hizo un nudo en la garganta. Un nudo que le impedía gritar al mar la pena que no podía tragar.
Hasta que las lágrimas llegaron a sus labios reconfortandola con su sabor.
Agua y sal.